José Luis Font Nogués
Se educa al hombre, a cada hombre, con su familia, su entorno, su carácter y muchas circunstancias particulares. Se pretende “conducir” –eso es educar- a una situación mejor, pero no se manipula, sino que el educador debe acogerse al aprendizaje significativo para que cada hombre vaya alcanzando la verdad, participe del bien común y actúe conforme a una recta moralidad.
Actualmente hay que educar personas insertadas en el mundo en que viven y eso lleva a considerarle en varias coordenadas hoy vigentes: el desarrollo y la globalización que comprende la ecología y las amplias relaciones interpersonales.
a) Bajo la perspectiva del desarrollo
“El desarrollo nunca estará plenamente garantizado por fuerzas que en gran medida son automáticas e impersonales, ya provengan de las leyes de mercado o de políticas de carácter internacional. El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común. Se necesita tanto la preparación profesional como la coherencia moral”. (CV, n. 71)
Al plantear en el diálogo las necesidades de los demás, se pone al alumno en situación de darse cuenta de los auténticos problemas de la existencia humana a los que no está acostumbrado en su ambiente económico, normalmente acomodado; pasando a entender que la causa del subdesarrollo no sólo es la falta de pensamiento, sino en “la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos” (PP, 66).
Otro aspecto en torno al desarrollo es ver si el hombre crece sólo en el aspecto técnico y material o si ha de acompañarle el crecimiento espiritual: “El problema del desarrollo está estrechamente relacionado con el concepto que tengamos del alma del hombre, ya que nuestro yo se ve reducido muchas veces a la psique, y la salud del alma se confunde con el bienestar emotivo. Estas reducciones tienen su origen en una profunda incomprensión de lo que es la vida espiritual y llevan a ignorar que el desarrollo del hombre y de los pueblos depende también de las soluciones que se dan a los problemas de carácter espiritual. (…) El ser humano se desarrolla cuando crece espiritualmente, cuando su alma se conoce a sí misma y la verdad que Dios ha impreso germinalmente en ella, cuando dialoga consigo mismo y con su Creador. Lejos de Dios, el hombre está inquieto y se hace frágil. (…) No hay desarrollo pleno ni un bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas, consideradas en su totalidad de alma y cuerpo” (CV, n 76).
b) Bajo la perspectiva de la ecología
Además, las cuestiones ecológicas y de globalización están muy presente en la sociedad actual: en cualquier caso, el recto entendimiento de ambas cuestiones se da cuando se tiene en cuanta al mismo hombre:
“El modo en que el hombre trata el ambiente influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa. Esto exige que la sociedad actual revise seriamente su estilo de vida que, en muchas partes del mundo, tiende al hedonismo y al consumismo (…). Es necesario un cambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptar nuevos estilos de vida (…). Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales, así como la degradación ambiental, a su vez, provoca insatisfacción en las relaciones sociales. (…) La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. (…) Para salvaguardar la naturaleza no basta intervenir con incentivos o desincentivos económicos, y ni siquiera basta con una instrucción adecuada. Éstos son instrumentos importantes, pero el problema decisivo es la capacidad moral global de la sociedad. Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral” (CV, 51).
Todo ello ha de tratarse en el aula teniendo en cuenta que el ecologismo hay que entenderlo en el sentido amplio de la ecología: derecho a la vida, correcta gestión de los recursos, disminución del gasto en armamento, trato adecuado a las migraciones, disminución de la pobreza dentro del marco del respeto a la persona que es capaz de responder por la creación, con soluciones tratadas en el marco de la libertad religiosa y de la laicidad positiva (CD).
c) La criatura humana se realiza en las relaciones interpersonales
No es algo sociológico, sino también metafísico y teológico: “El hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios. Por tanto, la importancia de dichas relaciones es fundamental.” (CV, 53). Resulta que la verdadera apertura relacional hacia otros no significa dispersión centrífuga, sino compenetración profunda, lo que se manifiesta tanto en la Trinidad como en las experiencias humanas comunes del amor y la verdad, por ejemplo en el matrimonio, en la amistad, etc. (ref. CV, 54)
Existen otras culturas y religiones distintos al cristianismo que “enseñan la fraternidad y la paz y, por tanto, son de gran importancia para el desarrollo humano integral. (…) Pero es necesario un adecuado discernimiento (…) en el respeto al bien común que deberán basarse en el criterio de la caridad y la verdad” (CV, 55). La colaboración “deber de los creyentes de aunar sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad de otras religiones, o no creyentes, para que nuestro mundo responda efectivamente al proyecto divino: vivir como una familia, bajo la mirada del Creador. Sin duda, el principio de subsidiaridad [CEC, 1883], expresión de la inalienable libertad, es una manifestación particular de la caridad y criterio guía para la colaboración fraterna de creyentes y no creyentes. La subsidiaridad es ante todo una ayuda a la persona, a través de la autonomía de los cuerpos intermedios.” (CV, 57)… Y debe mantenerse íntimamente unido al principio de solidaridad y viceversa (CV, 58)
La cooperación al desarrollo no debe contemplarse solamente la dimensión económica; ha de ser una gran ocasión para el encuentro cultural, humano (CV, 59). “Una solidaridad más amplia a nivel internacional se manifiesta ante todo en seguir promoviendo, también en condiciones de crisis económica, un mayor acceso a la educación que, por otro lado, es una condición esencial para la eficacia de la cooperación internacional misma. Con el término «educación» no nos referimos sólo a la instrucción o a la formación para el trabajo, que son dos causas importantes para el desarrollo, sino a la formación completa de la persona.” (CV, 61)
Por tanto, las relaciones interpersonales no sólo afectan a las amistades con compañeros del aula u otros en esferas más amplias de la ciudad, sino que ha de tener en cuenta el fenómeno del turismo internacional (CV, 61), el fenómeno de las migraciones (CV, 62), lo referente a la dignidad del trabajo humano (CV, 63), las finanzas (CV, 65), la responsabilidad social de los consumidores (CV, 66): deben ser constantemente educados para el papel que ejercen o ejercerán en la sociedad. Sería, por tanto, educativamente reductor el tratar tan sólo de disminuir el consumismo en términos de sacrificio; los horizontes al tratar los problemas han de ser más amplios.
BIBLIOGRAFÍA
CD Benedicto XVI. Discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Roma, 11.I.2010
CEC Catecismo de la Iglesia Católica.
CV Benedicto XVI. Encíclica Caritas in veritate. Roma, 29.VI.2009
PP Pablo VI. Encíclica Populorum progressio. Roma, 26.III.1967