La cruz de Cristo domina todos los tiempos. Sus dos brazos se alzan sobre el pasado y el futuro. La historia del mundo se divide en dos períodos: antes de Cristo, bajo la sombra de la cruz; después de Cristo, a la luz de su cruz.
En el pensamiento de los artistas de la Edad Media, San Juan representa el pasado; la Virgen el futuro. Aquel está a la izquierda de Cristo y la Virgen a su derecha, del lado en que aparece abierta la herida de su corazón y hacia donde inclina su rostro.
A veces se ponía, a la izquierda, la luna; y a la derecha, el sol. O a la izquierda la Sinagoga, con su cetro roto y un velo sobre los ojos; y a la derecha, la Iglesia, con un cáliz y los Evangelios. San Juan significaba la Sinagoga, porque, en la mañana de Pascua, cedió el paso a San Pedro, al entrar en el sepulcro; como la Sinagoga, según comenta San Gregorio Magno, debe ceder el paso a la Iglesia (E. Male, L’Art religieux au XIII siècle en France, pp. 231-232). Sin embargo, a quien debería colocarse a la izquierda de Cristo para figurar el pasado es al Bautista, como en la crucifixión de Grunewald; el lugar del Evangelista; en cambio, es a la derecha de la Virgen, no desfallecida, sino en pie.

Representación de Jesús crucificado donde el artista ha representado presente a S. juan Bautista, que en ese momento ya había fallecido.
La cruz de Cristo trasciende a todos los tiempos, salva a todos los hombres; a los que vivieron en el pasado y a los que vivirán en el futuro: “Cuando fuere levantado en alto, había dicho el Salvador, atraeré a todos a mí” (Juan, 12, 32)
(Charles Journet. Las siete palabras de Cristo. Ed. Rialp, col. Patmos 163. Madrid 1976, p 108)
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