La palabra “energía”, en cuanto que referida a la faceta espiritual de la persona, parece que está en la órbita de los términos “fortaleza”, “reciedumbre” o “vigor”, siempre en el sentido de saberse exigir desde lo más interior de uno mismo. Estamos hablando, pues, de algo que sugiere –si se toman referencias externas- una estructura que pueda soportar peso, que no se caiga, que tenga cimientos, que sea duradera, que resista todo tipo de tempestades.
En términos coloquiales hablamos de “reciedumbre” como esa disposición habitual de saberse llevar a uno mismo, por dentro y por fuera, conforme a unos objetivos personales señalados de antemano o según lo que conviene a la sana convivencia en la sociedad, sea el entorno familiar, laboral o amistoso. Es decir, se trata de aquella disposición paulatinamente adquirida de superar todas las tareas y dificultades que puedan presentarse para llevar a cabo un proyecto personal conforme al bien, dominando el propio ser, armonizando todas las buenas capacidades personales, eliminando los obstáculos –tendencias o defectos- que uno mismo pueda poner para conseguir los fines de antemano deseados y sorteando dificultades externas que nos presenten los ambientes en que nos encontramos.
Es evidente que los ideales se pueden formular con facilidad –y a veces con cierta utopía o idealismo-, pero lo más difícil es saber “cómo se llevan a cabo”. Nos son útiles para encauzar esta tarea unas ideas entrelazadas o complementarias entre Nietzsche y Frankl: una psicoterapia que quiera dirigirse al hombre tiene por fuerza que hacerse cargo de la voluntad de sentido, muy en consonancia con esa enseñanza de Nietzsche, que dice: «quien tiene un ‘porqué’ para su vida, soporta casi siempre el ‘cómo’ «; así es en verdad, solo que yo diría sin restricciones: soportar cualquier cómo. (Frankl, Víctor E. La idea psicológica del hombre. Rialp / Biblioteca del cincuentenario, pg 139).
Puede ser conveniente reflexionar sobre algunas pautas que nos ofrezcan ideas positivas para la reciedumbre interior, más sobre el cómo llevar a cabo los ideales que sobre los mismos ideales:
1) El propio carácter nos engaña si no lo conocemos o no lo educamos bien; por ejemplo, la persona muy emotiva debe saber ser más racional, la que reacciona muy primariamente debe procurar la reflexión antes de actuar y la persona más propensa a andar en solitario debe hacer los esfuerzos necesarios por estar agradablemente en sociedad con los demás.
2) Es óptimo saber educar esas tendencias innatas que son capaces de descontrolar situaciones, por ejemplo la capacidad de manifestar la firmeza, el genio o la ira, que pueden ser adecuadas en un momento dado e inadecuadas o poco prudentes en otro.
3) Y se deben tener en cuenta multitud de aspectos que inciden en el tejido de todo un día de vida; por ejemplo: decir sí o no según convenga, hacer las cosas en el justo momento debido, tender a no inhibirse o a no asustarse ante los obstáculos que se puedan presentar, tener la prudencia de no pretender saber o entender de muchas cuestiones que no nos son necesarias, tener las buenas pretensiones de acercarse cada vez más a la verdad, evitar la indiferencia ante unos acontecimientos que nos afectan por tal de evitar complicaciones personales.
Dos axiomas pueden ser oportunos como propuesta:
Primer axioma: La resistencia de una cadena se mide por el eslabón más débil.
En la vida personal, los aspectos más débiles de uno mismo son los que van a favorecer aflojar la batalla por sacar adelante las tareas y deberes que justamente hay que llevar bien a cabo. En la convivencia, las tareas que sean propias de un entorno familiar, laboral, vecinal o ciudadano se resquebrajarán por las personas más débiles. Al contrario, los aspectos personales o las personas más fuertes, arrastrarán para conseguir los buenos fines de cada uno o de la sociedad.
Segundo axioma: El puente se hunde al entrar en resonancia.
Cualquier entorno de convivencia se hundirá o aflojará si todos los miembros de esa sociedad son débiles o se ayudan –sin pretenderlo- a ser débiles; asociarse o contagiarse de la debilidad de otros es peligroso para que la sociedad pueda conseguir sus propios fines.
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Tras los puntos de reflexión y los axiomas viene muy bien tener en cuenta la conveniencia de armonizar fuerzas y debilidades en el interior de la persona. No llevaría a buen puerto una exigencia rígida de sí mismo, ni una exigencia rígida a los demás, ni una dejadez en el deber de tener autoridad. La armonía de capacidades y reflexiones sobre aciertos y errores ofrece una buena posibilidad para el progreso personal –interior y social- con buen grado de satisfacción personal.
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