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Personalidad madura

En tareas de educación, y personalmente también, es deseable logar que el educado o uno mismo sea una persona madura., lo que lleva consigo ejercitar la capacidad de integrar todo lo que afecta a la persona, es decir, tratar de entender y comprender lo que está pasando en un preciso momento; valga como ejemplo el sufrir una contrariedad y saber entenderla como tal, pero en vez de enfadarse o apenarse, lograr aceptarla, tratar de salir de ella y sacarle el mayor provecho posible para salir espiritualmente enriquecida la persona.

Esto supone saber tener un cierto control de cuanto sucede, pensar cómo se puede actuar en ese momento para no reaccionar de modo indebido o desagradable; en definitiva, en un momento determinado -podemos seguir con el ejemplo de la contrariedad venida en un instante- hemos de preguntarnos cuál es la mejor manera de solucionar el asunto.

Por último, llega el momento de adoptar una conducta determinada para actuar en la mejor manera posible. Como se ve, este proceso de madurez es un resultado de ser una persona prudente; al contrario, una persona que no se conforma con la realidad que viene sino que entra en neurosis, no es madura porque no sabe hacerse con las diversas situaciones que la vida ofrece.

La vida, momento a momento, requiere de ese equilibrio que da la prudencia y la integración de diversos aspectos para vivir en armonía con la naturaleza, con uno mismo y con las personas.

Resurgir de pandemias

En Sierra Nevada disfrutamos de la llamada flora autóctona, es pequeña, a veces no se advierte; entre pizarra y pizarra hay multitud de pequeñas plantas, algunas flores preciosas y raras veces vistas. Esta sierra que por su color pueda parecer tan seca, esconde lagunas, borreguiles y riachuelos que poco a poco van a regar toda la vega concediéndole gran riqueza.

Si no regateamos esfuerzos por acudir a esos bellos sitios lejanos que tan solo nos van a ofrecer la recompensa de unos momentos pasajeros, ¿por qué paralizarnos ante un contagio, un aislamiento, una revisión laboral o una vida social paralizada?, ¿acaso no hay más riqueza a nuestro alrededor? ¿No me trae el médico la solución técnica vital?, ¿es que no hay flores alrededor de tanta pizarra?

Una mujer sencilla y buena espera un día una prueba que oriente su salud, se encuentra sola, su esposo está hospitalizado por contagio de un virus sorprendente. Aunque es desolador, de repente, un enfermo presente ante nuestra mujer afligida ha sido removido, sus síntomas ya no son nada si se comparan con los de la buena mujer. Aparece en la sala una atención médica alegre, comprometida con la vida, que llena de ilusión. Allí mismo, un médico celebra con su paciente una mejoría que acaba de observar. Hay esperanza.

Tras una primera sinfonía instrumental de la Cantata 156 de Bach, el tenor irrumpe el segundo movimiento con un aria que plantea algo muy duro y que a todos hace temblar, “Estoy ya con un pie en la tumba”, que es o será una realidad inevitable para todos. La audición de esta composición sobrecoge por lo que la música dice detrás de estas palabras. No canta el tenor apesadumbrado en su situación, penosa pero real, porque lo bueno al final relucirá.

Con el tenor de nuestra Cantata de Bach va dialogando la soprano que al final declara “Todo es bueno si el final lo es”, expresión que puede considerarse desde distintas perspectivas, pero que nos viene a indicar que, si somos bien intencionados, todas las cosas que suceden -aunque no las comprendamos- contribuyen al bien. El cansancio de una excursión, la sequedad de la montaña, andar entre piedras, eso -¡tan molesto!- es lo que nos hace poder descubrir los borreguiles, el agua fresca que corre, los animales que no molestan, la flora autóctona -¡tan bella!- de nuestra Sierra Nevada.

De nuevo llegan las nieves, todo parece esconderse, ¿acaso ya no hay vida?, ¿acaso todo es dificultad? Solo los poetas, como Luis Rosales, nos lo pueden hacer comprender sin explicar:

Sentí que se desgajaba
tu corazón lentamente
como la rama que al peso
de la nevada se vence,

y vi un instante en tus ojos
aquella locura alegre
de los pájaros que viven
su feria sobre la nieve.

Toda dificultad puede ser encajada en un contexto lleno de sentido, no hay tarea buena si no ha costado trabajo, no hay amor verdadero si no lo has llorado, no hay obra de arte si no se sufre la belleza, de la semilla… el árbol, del silencio de la nieve… el bullir de la vida.
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FUENTE BIBLIOGRÁFICA: Revista OFECUM 1.XII.2020 (José Luis Font Nogués)

La unión de amor

La presencia física cercana de una persona con respecto a otra y con quien se tiene amistad y afecto, puede ser motivo de una ayuda esencial que puede llegar a ser mutua. Efectivamente, son mutuos y recíprocos los beneficios del amor esponsal o del amor familiar, o de la amistad y, en general, del trato respetuoso entre las personas. Estas ayudas pueden ser del orden material y del orden espiritual; por ejemplo, se puede ayudar a realizar una tarea de arreglo de la casa o se puede animar a estar con serenidad.

Las ayudas de tipo material solo se pueden realizar en presencia del otro y junto al otro, ya sea a poca distancia o de forma virtual a través de redes informáticas. Pero las ayudas espirituales traspasan las distancias de espacio y tiempo; por ejemplo, se ama a otra persona estando cerca o estando a kilómetros de distancia, pero -aunque el amor tienda a la cercanía- no se identifican cercanía geográfica y unidad de espíritu. En la unidad que suscita el amor, las personas que se aman están mutuamente influenciadas allí donde estén, espacialmente juntas o a distancia, y cada una de ellas están en referencia a la otra en cuanto persona amada que influye y a la que se le tiene siempre presente.

Dice Dionisio Aeropagita que el amor es una fuerza unitiva. Existen dos posibles uniones entre los que se aman: 1º, una unión real, cuando uno y otro están realmente presentes (como dos personas que están en el mismo lugar y que se ven inmediatamente); 2º, una unión afectiva (como la que se da entre dos personas físicamente muy distantes); esta unión procede del conocimiento (del recuerdo actual de la persona amada) y del amor de esta persona. El amor basta para constituir formalmente la unión afectiva y lleva a desear la unión real. Así lo recoge Santo Tomás de Aquino (S. T. I, II, q. 28, a. I y 2) cuando se pregunta si la unión es efecto del amor, y si una mutua adhesión o inherencia es efecto del amor.

En la unión afectiva -explica Garrigou-Lagrange- se dan dos aspectos: 1º, la persona amada está en el que la ama como grabada en el afecto de éste por la complacencia que le inspira; 2º, al contrario, el que ama está en la persona amada en tanto que se regocija muy profunda e íntimamente en todo lo que le place a ella, esto se da en mayor grado cuando más desinteresado es el amor.

Vivir con optimismo

Pensar en el optimismo es referirse a tener una actitud positiva y favorable que haga posible una vida satisfactoria y dicho es contrario al pesimismo, desesperanza, tristeza o poco atrevimiento para llevar a cabo acciones muchas veces necesarias. Ante este panorama, se concluye inicialmente que merece la pena ser optimista.

La forma de ser de cada persona enfoca la vida de unas de estas dos maneras: o que cree que todo lo que existe y sucede es lo mejor, o por el contrario, piensa que cuanto sucede es lo peor que puede suceder. Entre ambos extremos hay mucha variedad de casos que pueden agruparse desde los audaces e intrépidos hasta los previsores o timoratos. Nunca los extremos suelen ser buenos, por lo que la excesiva confianza en la bondad de todo y de todos, o bien el tener miedo ante todo, puede ser irreal porque falta objetividad en dichos extremos. Por tanto, hay que ser equilibrado: ni utópico iluso ni realista que se colapsa con su pesimismo.

Ante todo, la persona debe ser consciente de quién es, cuáles son sus capacidades y posibilidades. Los bienes que tenemos -aparte de los materiales, necesarios para poder vivir- son aquellos que integran la perfección y felicidad de la persona, tales como inteligencia, relaciones buenas con los demás, el amor, la salud, la paz personal, la paz social. Y entre ellas vienen a insertarse dos cualidades: el amor y las dificultades. El amor perfecciona y si hay miedo quizá falte amor o sentirse querido, personas a las que se ame o de quienes recibir amor; el amor ilusiona y da seguridad. Las dificultades -que sería ilusorio eliminar de nuestro horizonte- no tienen por qué ensombrecer el panorama, sino que hay que colocarlos en su verdadero sitio y en su verdadera dimensión.

Algunos factores que favorecen el optimismo:

Primero. Ser conscientes de los bienes interiores que poseemos, en concreto los bienes en el entorno de la interioridad: tener un orden interior que sepa situar todos los asuntos, tener paz y armonía interior, tener el arte de vivir en amistad con todos, estar habituado a ser leal y justo.

Segundo. Disponer siempre de una buena dosis de buen humor: el buen humor ayuda, ¿por qué hemos de ver los asuntos con tremenda seriedad?… ¿eso es parte de nuestro aparentar “ser importante”, que en realidad es un complejo de inferioridad? Tener la liberalidad de no dar tanta importancia a una cosa, dejar reposar un asunto para resolverlo más tarde con serenidad, divertirse incluso con lo que le sorprende, eso es un bien que relaja y descansa la mente.

Tercero. Dar contenido al optimismo y a la alegría: hay personas falsas o que está hablando y se nota que no se creen lo que dicen o que la otras personas les dan igual…. Hay que poner contenido en la alegría; por ejemplo, “me alegro por tu bien o por algo bueno que te ha pasado a ti (no a mí, que eso es egoísmo)”, estoy contento porque estoy seguro de lo que quiero, tengo la alegría de pretender lo bueno para otros, tengo alegría porque sé que -a pesar de dificultades- las cosas salen con un buen trabajo, sonrío por razones satisfactorias que siento en mi interior.

Cuarto. Ser consciente de un hecho humano del que nadie escapa: el sufrimiento y el dolor. solo es optimista y alegre aquél que ha pasado por el realismo del dolor y del sufrimiento.

Y el optimismo tiene buenas consecuencias:

Buena consecuencia del optimismo es que esa persona optimista es fuerte, capaz de llevar a cabo cualquier esfuerzo… no así el pesimista, que se hunde a la primera contrariedad.

El optimismo es motivo de civilización: el optimismo, la alegría respaldado por la verdad sincera, “civilizan”, hacen posible una civilización en paz donde no hay guerra ni enfado ni trampa. Hay un susurro o una brisa que el optimista esparce, es un valor añadido de los frutos de todo trabajo o de toda relación social.

El optimismo y la alegría dilata la acción buena y, por tanto, hace fácil establecer objetivos y medios, programarlos para lograr lo que se pretende.

El optimismo da seguridad, la persona segura tiende a no ser problemática, ve las cosas con tranquilidad, el optimista equilibrado tiende a estar seguro.

El optimista tiene un valor añadido o efecto multiplicador: el optimista arrasa porque a las personas nos gusta seguir al alegre, al que me va a dar soluciones, a la persona con quien da gusto estar.

Por tanto, es de agradecer encontrar personas optimistas a nuestro alrededor porque sabemos que saben poner en marcha su motor interno. El optimista es creativo, mucho más si ama y es amado, y por ello sabe ponerse sobre las dificultades y obstáculos para seguir adelante sin quejas, con imaginación y con una sonrisa constante.

Aceptarse, aceptar, acoger, comprender

Conocido es que es muy difícil conocerse a sí mismo. En ese marco de examen introspectivo -que no debe llevar a ninguna obsesión y ni siquiera exageración-, es cierto que conviene saber las características personales, el carácter, el temperamento, las tendencias personales, los modos de reaccionar ante situaciones. Al fin y al cabo, por la experiencia de la vida, se acaba sabiendo cómo van siendo habitualmente nuestras respuestas ante modelos de situaciones; por ejemplo, una persona puede saber que cuando le hablen de modo tajante o seco se puede poner en actitud defensiva y llegar a actuar como si le estuvieran atacando o insultando, cuando puede que eso sea una visión errónea debido solo a una impresión momentánea.

Hacer mal, e incluso a hacer mal, cosas del estilo del párrafo anterior puede llevarnos a alejarnos de personas e, incluso, tener problemas con los demás. En ese caso, la relación social es defectuosa.

La consecuencia insospechada de conocerse es que cada persona puede aceptarse a sí misma como es; eso le lleva a convivir con todas las características de su persona y puede consultar con un libro o con un experto acerca de su carácter y de os modos de mejorar dentro del marco que le es dado o que ha ido consolidando a lo largo de los años. Cuando una persona se entiende a si misma se echan lejos los asombros, los escándalos, las sorpresas y muchas reacciones más ante los diversos caracteres de las demás personas. El siguiente paso es estar más propenso para agradecer lo bueno que se posee y tratar de rectificar lo no conveniente que se ve en sí mismo.

Y aún más lejos llega esa persona que ya se conoce: cuando trata con los demás y advierte cómo son, ya no critica, ya comprende; ya no se sitúa por encima de los otros, sino que sirve; ya no es intolerante ante los defectos de los demás, sino que trata de ayudarles. En definitiva, sabiendo lo menor posible cuáles son las características personales, esa persona comprende a los demás, se convierte en un faro que alumbra y guía a otros que quizá no se conozcan tanto e incluso pueden sufrir por sus comportamientos o ser guiados erróneamente por un mal enfoque o tratamiento de su carácter.

El amor entre la sensibilidad y la inteligencia

La persona nacida en el seno de una familia que se quiere, sabe querer porque se siente querido. Al crecer irá llegando a la primera fase de pretender relacionarse con personas que no son de su familia y de establecer baremos de autoestima y de aceptación social; así llegará a los quince años de vida, aproximadamente. Será en los cinco siguientes años cuando se desarrolle la necesidad de estar con los demás en los niveles de estudio, relacionales, laborales, deportivos, espirituales, ideológicos, festivos, amistosos y amorosos.

Esa persona, que comienza a establecer con autonomía los pilares personales para su vida, habrá sido orientada o educada de muy diversas maneras para entender qué es el amor. La historia de su propia familia, el ejemplo de sus padres y hermanos, las noticias recibidas de cómo se aman -o no- las personas de su entorno, las noticias de los medios de comunicación y muchas referencias más colaborarán para que la persona se elabore su propio concepto de amor.

Mientras tanto, esa persona siente la sensibilidad, los afectos y los sentimientos en un primer lugar; son los instintos más inmediatos y elementales del querer y del ser querido sin atender a otros elementos más elevados de la persona que ilumina la inteligencia. Si el niño o el adolescente piensa, o se le ayuda a pensar, concluirá que los aspectos intelectuales son más importantes, duraderos y valiosos que los sensibles, hasta llegar a comprender que se puede amar con dolor o sin consolaciones sensibles.

La educación de los afectos, de los sentimientos, de la inteligencia y de la voluntad tendrán una gran importancia para colaborar a un recto entendimiento del amor por esta persona que se está haciendo y que en época adolescente o primeros años de juventud ha de forjar.

Si se diera el caso de incidir educativamente en la sola inteligencia se puede estar ayudando a que la persona vaya perfilando únicamente amores platónicos, idealistas, fuera de la realidad y llegue a considerar irresistible la relación social por no adaptarse a sus deseos.

Si el caso es el de incidir educativamente en la sola voluntad, la persona que crece verá únicamente la necesidad de un esfuerzo constante que le hará la vida aborrecible, muy cansada.

Si la persona no se orienta ni por la inteligencia ni por la voluntad ni por ningún otro criterio razonable, se verá abandonada a la sensibilidad y los sentimientos para lograr únicamente un pseudoamor falso, también irreal, donde lo importante es el sentimiento variable, recibir y dar afectos sensibles en los que más que amor se intenta el bienestar placentero que complace el cuerpo y la piel.

La unión a la que tiende el amor debe ser primordialmente inteligente, conforme a la característica más alta de la persona. La inteligencia orientará todos los demás aspectos que favorecerán la unidad de las personas que se aman y lo lograrán conforme a las características propias de las relaciones paternales, filiales, familiares, amistosas, laborales, de noviazgo o esponsales. Si, al contrario, se llama amor al sentimiento emotivo y corporalmente sensible, lo más probable es que en poco tiempo haya un fracaso en esa unión o relación de amor porque está construida con unos cimientos débiles que no resistirán con la fuerza y solidez de la inteligencia y la voluntad las dificultades -pequeñas o grandes- que les venga a lo largo de los días, le faltarán herramientos para avanzar, romperá con las personas que así no les satisfacen y buscará otras en unas relaciones inestables que le llevarán a un fracaso vital.

Algunos poetas saben expresar el amor con elevada inteligencia y a continuación se verán dos muestras.

De Pedro Salinas: «Tú vives siempre en tus actos. Con la punta de tus dedos pulsas el mundo, le arrancas auroras, triunfos, colores, alegrías: es tu música. La vida es lo que tú tocas».

De San Juan de la Cruz: «Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras».

El buen amor capta, acoge y se entrega a la persona amada desde lo más alto de la persona, ordenando todos los aspectos que percibe, tanto externos como interiores e invisibles.

Alegría

Los acontecimientos buenos alegran a la persona; es el caso de un buen día, de un éxito profesional, del recibir un elogio o sentirse querido; pero no se asocia la alegría a únicas situaciones favorables porque la alegría no depende solo de lo externo físico, social o familiar. La alegría es algo interno que emana de una situación personal de goce consigo mismo y con el entorno.

La alegría superficial brota con facilidad de cualquier acontecimiento benéfico, simpático o gracioso que nos congratula; es de poca envergadura esa alegría en la vida de una persona. Es mucho mejor una alegría que tenga un contenido profundo, que se ajuste a la consecución de objetivos personales y, mucho mejor, al logro de la perfección personal. La primera alegría -más superficial- puede provocar fácilmente la risa, la segunda alegría -más profunda- puede ser compatible con la seriedad externa, que no es tristeza sino asentimiento de una verdad lograda.

La alegría es algo tan amplio y tiene tanta proyección que es posible incluso en situaciones de contrariedades, difíciles o adversas; ésto se explica porque la alegría buena no es la inminentemente relacionada con situaciones placenteras, sino que ve más allá de lo cercano y mira a los grandes ideales del proyecto personal.

Pero la óptima alegría es mucho más grande de lo que pueda sospecharse porque es capaz de reservar cualquier situación de frivolidad a causa de los defectos que puedan parecer «graciosos» -normalmente con una mal calificada gracia debida a la herida que se le hace a otra persona por su defecto o su incapacidad anormal- para volcar el cariño y gratuidad en el discurrir el tiempo y los días con otra persona acompañándole en su camino por la vida, siempre o en cualquier situación temporal breve.

Lo mejor de la alegría y lo que más positivamente le califica y le honra es que mana del amor, por ello ayuda, comparte, anima, goza, serena, acompaña, alienta en todo aquello que parece agradable y benéfico así como en lo que es o pueda parecer agrio, desagradable, contrario o penoso. La persona que sabe mirar con profundidad a la vida es siempre alegre.

La comprensión y sus límites

La estructura propia del ser humano le hace sociable; desde un estudio de carácter negativo, no podemos entenderle como solitario y en el grado de perfección de los vivientes tenemos ejemplos de seres sociables de menores capacidades que los humanos, por ejemplo el caso de las hacendosas y trabajadoras hormigas, el otro caso de las aves que organizan sus nidos y atención a sus crías o los animales que se agrupan en manadas.

Pero el humano es mucho mayor que todas las demás especies, es más grande, tiene más capacidades, percibe con mayor profundidad, expresa sus sentimientos, organiza con su palabra.

Al aspecto relacional hay que añadir a cada persona algo que solo el género humano tiene en posesión: amar. Aunque se puede estudiar y sacar conclusiones de qué pueda ser el amor, todos entendemos que amar es conocer, comprender, ayudar, procurar que la otra persona -y todas- sea feliz. Amar y hacer bien a una persona lleva a percibir fácilmente sus buenas capacidades y sus buenas acciones a la vez de no tener en cuenta sus defectos y errores porque se estima y se desea que logre autoperfeccionarse. El que ama se entrega a la persona amada en sus diversas facetas de relación: hijo, padre, amigo, esposo, esposa, familiar, compañero de trabajo, novio o novia, vecino, transeúnte necesitado, etc.

No obstante, el otro no debe ser pasivo y, aún menos perezoso ni malintencionado; por eso será un gran bien que se ponga en marcha para lograr el bien más por sí solo que mediante ayudas de otras personas que dicen amarle. Es más, quizá pueda suponer un daño ayudar tanto que se suplante la personalidad del otro, o se comprenda sus defectos y se perdone tanto sus errores que se le consolide en conductas indebidas no conformes al ideal de persona.

Una expresión popular dice que si alguien tiene hambre no se le de un pez sino que es mejor enseñarle a pescar; alguien puede compadecerse del hambriento y darle el pez como remedio inmediato, pero así el hambriento volverá a padecer hambre. Puede parecer poco comprensivo, nada misericordioso e incluso cruel el hecho de no darle un pez y entretenerse en enseñarle a pescar cuando esté claro que se ha de resolver un problema inmediato de hambre, pero resulta más rentable darle una clase de pesca, más rentable en el orden de situar al otro en la verdad de forma permanente. A la persona más dada a considerar la lástima en el otro le dará pena que no se de un pez de inmediato, pero ha de entender que enseñarle a pescar es más duradero.

En consecuencia, ¿hay que ser duro e intransigente, casi inhumano, ante una desgracia ajena?, ¿no hay que dar limosna al mendigo o consolar al triste o acompañar al solitario? Hay una respuesta que parece querer salirse del juego: depende. Si nos tropezamos con dos mendigos en el que uno declara a otro -es un caso real- que acuden a lugares donde se da comida y enseres, pero que no coge de todo porque no le gusta, entonces ayudar mucho a este “depende” de si se considera oportuno o no; y liberar de una cárcel al castigado por una culpa demasiado importante es cuestión de mucho estudio en previsión de que al salir no vaya a reincidir.

Llegamos al punto importante que limita la comprensión: ¿hasta qué punto he de ser comprensivo, solidario, bondadoso, compasivo y solidario? ¿Hasta qué punto se ha de ser comprensivo?, ¿siempre?, ¿debe haber un límite?, ¿hay algún momento o alguna razón por la que la comprensión ha de ser suspendida y trazar una barrera que no se deba traspasar? Parece que esas preguntas tienen una doble respuesta: a) sí se debe ser comprensivo, cariñoso y solidario siempre y con cualquier persona; b) el límite o la suspensión de la comprensión -solo a efectos prácticos- se debe dar cuando queriendo el bien de esa persona se le quiere exigir un esfuerzo que solo ella puede y debe hacer por sí misma.

Sirvan como últimas iluminaciones algunos ejemplos: al niño pequeño se le lanza andar, aún con peligro de que se pueda caer, bajo la atención amorosa de sus padres; al caballo (no importa la comparación porque somos animales racionales) se le castiga para que corra o se le obliga a saltar un obstáculo con el que tropezó en beneficio de que no se vuelva inservible; al que burla la ley se le enjuicia y sanciona; al niño perezoso se le razona o se toman algunas medidas para que estudie y se forje fuerte o incluso sabio.

Es decir, hay que comprender -y la buena tendencia es tendiendo a la infinita comprensión- aunque también hay que exigir y, sobre todo, proporcionar herramientas para triunfar como persona aunque duela la exigencia, una exigencia que será muy buena dentro del marco del amor y la comprensión porque lo mejor no es la comprensión sino que la otra persona se sitúe en el bien, en la verdad, en el amor, en el buen hacer, de forma que la felicidad personal será poder ver que el otro a quien se ama ha alcanzado libremente su felicidad.

El tesoro de la amistad

Las grandes hazañas, las grandes tragedias, las grandes maneras de vivir, se recogieron y nos han llegado desde las tragedias griegas y en toda la literatura clásica antigua, como es el caso de Sócrates, Platón, Aristóteles y otros muchos.

La amistad es una de las grandes hazañas que es posible vivir entre las personas y el Beato Elredo de Rieval –un abad cisterciense inglés (1110-1167)- ve en ella un motor humanizador conforme a cuatro elementos básicos: la dilección, el afecto, la confianza y la elegancia. Así lo expresa en su libro “De spiritali amicitia iii. 51”: «La dilección se expresa con los favores dictados por la benevolencia; el afecto, con aquel deleite que nace en lo más íntimo de nosotros mismos; la confianza, con la manifestación, sin temor ni sospecha, de todos los secretos y pensamientos; la elegancia, con la compartición delicada y amable de todos los acontecimientos de la vida —los dichosos y los tristes—, de todos nuestros propósitos —los nocivos y los útiles—, y de todo el que podemos enseñar o aprender».

Elredo, en el tratado “Sobre la amistad espiritual” / Libro 3: PL 195, 692-693, detalla más aún con el caso práctico de la amistad de Jonatán y David recogido de la Biblia:

Jonatán, aquel excelente joven, sin atender a su estirpe regia y a su futura sucesión en el trono, hizo un pacto con David y, equiparando el siervo al Señor, precisamente cuando huía de su padre, cuando estaba escondido en el desierto, cuando estaba condenado a muerte, destinado a la ejecución, lo antepuso a sí mismo, abajándose a sí mismo y ensalzándolo a él: Tú -le dice-serás el rey, y yo seré tu segundo.

¡Oh preclarísimo espejo de amistad verdadera! ¡Cosa admirable! El rey estaba enfurecido con su siervo y concitaba contra él a todo el país, como a un rival de su reino; asesina a los sacerdotes, basándose en la sola sospecha de traición; inspecciona los bosques, busca por los valles, asedia con su ejército los montes y peñascos, todos se
comprometen a vengar la indignación regia; sólo Jonatán, el único que podía tener algún motivo de envidia, juzgó que tenía que oponerse a su padre y ayudar a su amigo, aconsejarlo en tan gran adversidad y, prefiriendo la amistad al reino, le dice: Tú serás el rey, y yo seré tu segundo.

Y fíjate cómo el padre de este adolescente lo provocaba a envidia contra su amigo, agobiándolo con reproches, atemorizándolo con amenazas, recordándole que se vería despojado del reino y privado de los honores. Y, habiendo pronunciado Saúl sentencia de muerte contra David, Jonatán no traicionó asu amigo. ¿Por qué va a morir David? ¿Qué ha hecho? Él se jugó la vida cuando mató al filisteo; bien que te alegraste al verlo. ¿Por qué ha de morir? El rey, fuera de sí al oír estas palabras, intenta clavar a Jonatán en la pared con su lanza llenándolo además de improperios: ¡Hijo de perdida -le dice-; ya sabía yo que estabas confabulado con él, para vergüenza tuya y de tu madre!

Y, a continuación, vomita todo el veneno que llevaba dentro, intentando salpicar con él el pecho del joven, añadiendo aquellas palabras capaces de incitar su ambición, de fomentar su envidia, de provocar su emulación y su amargor: Mientras el hijo de Jesé esté vivo sobre la tierra, tu reino no estará seguro.

¿A quién no hubieran impresionado estas palabras? ¿A quién no le hubiesen provocado a envidia? Dichas a cualquier otro, estas palabras hubiesen corrompido, disminuido y hecho olvidar el amor, la benevolencia y la amistad. Pero aquel joven, lleno de amor, no cejó en su amistad, y permaneció fuerte ante las amenazas, paciente ante las injurias, despreciando, por su amistad, el reino, olvidándose de los honores, pero no de su benevolencia. Tú -dice-serás el rey, y yo seré tu segundo.

Ésta es la verdadera, la perfecta, la estable y constante amistad: la que no se deja corromper por la envidia; la que no se enfría por las sospechas; la que no se disuelve por la ambición; la que, puesta a prueba de esta manera, no cede; la que, a pesar de tantos golpes, no cae; la que, batida por tantas injurias, se muestra inflexible; la que provocada por tantos ultrajes, permanece inmóvil. Anda, pues, haz tú lo mismo”.

Por eso, la amistad verdadera es perfecta y constante, el amigo fiel es un refugio seguro, un tesoro.

Preparar la esperanza

Esperar, ¡bella palabra! Esperamos la llegada del amigo, del padre, de la esposa, de la persona querida. Esperamos un éxito profesional. Esperamos una situación de bienestar. Esperamos una paz en el alma. Esperamos el descanso tras el intenso trabajo.

La esperanza hay que trabajarla porque no llega sola como una lluvia del cielo en la que no tenemos parte. Aquello que espero ha de ser elaborado poco a poco, lo que supone una idea, una preparación unos medios, unos elementos, unas acciones y un deseo bueno que lo inunda todo. Si los requisitos son útiles, quizá al final llegue el resultado. Mientras tanto se ha tenido la esperanza de alcanzar ese resultado, pero eso no se ha dejado a la suerte, sino que se ha sometido a un proceso de trabajo bienintencionado con la ilusión de alcanzar el objetivo que se deseaba.

Es vano esperar sin trabajar, tanto en el terreno de lo laboral, de lo profesional, o de lo familiar, amistoso, o las aficiones personales. La lluvia puede caer como regalo, los bienes normalmente no son gratis sino que hay que ganarlos a pulso, con esfuerzo diario y sentido común.

Para esperar bien hay que esperar con fundamento. Sería irreal poner los cimientos de la esperanza en unos pocos sentimientos o emociones pasajeros que tienen un carácter fugaz. Es más real, posible y satisfactorio esperar algo conforme a la verdad de lo que somos y en el orden de nuestras posibilidades. Como ejemplo clarificador, es iluso esperar un premio cuando no se tienen los boletos correspondientes para una rifa y es bastante coherente esperar una buena calificación académica tras muchas horas de un estudio e investigación bien realizados. Al contrario, esperar tener muchas emociones fugaces -las fiestas por un título o las celebraciones por un premio venido al azar- es fundamentar la esperanza en algo falto de coherencia.

La óptima esperanza conviene elaborarla poniendo los medios adecuados a nuestro alcance o, en definitiva, «trabajar o elaborar» la esperanza, aunque la incertidumbre humana siempre nos ofrece un factor sorpresa que deseamos coincida con el objetivo o meta que deseamos.

Vivir siempre alegre

Una persona está alegre cuando en su interior se manifiesta un sentido agradable ante la vida producido por acontecimientos determinados y esa sensación de placer se manifiesta externamente en la expresión del rostro o, incluso, en otras expresiones de toda la corporalidad que expanden eso agradable que lleva en su interior.

Se puede decir que una persona vive bien, a gusto, en la medida en que siente esos motivos por los que se siente feliz, disfruta y entiende que gracias a ellos merece la pena vivir.

No obstante, la alegría no es sólo una emoción momentánea, es algo de mayor envergadura. Entendemos que es lógico que vivamos y gocemos con lo bueno; ese sentimiento es de mayor amplitud que una simple emoción y se llega a un estado de vida en el que se es inundado por la felicidad. A pesar de todo, todo lo humano tiene sus imperfecciones y no es posible nunca una alegría plena, por eso conviene mantener una actitud de esfuerzo por buscar el estado de alegría porque ello nos hará vivir en mejores condiciones que en una situación triste o pesimista; podemos buscar bien en el horizonte los acontecimientos y las razones por las que podemos vivir felizmente, a pesar de las dificultades. Sigue leyendo

Afinar el carácter todos los días

José Luis Font Nogués

Parece que creemos haber descubierto mucho hasta el siglo XXI, pero acerca de la persona ya eran sabios en la cultura griega. Por ejemplo, Ovidio escribe en su libro Metamorfosis unas historias que parecen mitológicas, pero que reflejan cosas sabias sobre la misma humanidad.

Escultura de Bernini

Apolo y Dafne (Bernini)

Un ejemplo es el caso de Apolo y Dafne, bellamente representados por Bernini en la época barroca. Apolo pretende amar a una Dafne que no se deja y que en sus convicciones se va convirtiendo en árbol, en cortezas, raíces y ramas; quizá Apolo lo único que puede aprovechar son las hojas para hacer coronas a los héroes de su época.

Apolo no puede conseguir algo que pretende y nosotros inventamos muchas fantasías –depende del ingenio de cada cual- de las que quizá pocas podamos conseguir. Y nos podemos preguntar “¿para qué inventar cosas?”.

Dentro de nuestra personalidad, de nuestro peculiar modo de ser, también podemos inventar una vez sorprendidos por nosotros mismos y nos viene bien conocer algunos aspectos como son: la mucha o poca conmoción que nos producen los acontecimientos, que mide la emotividad personal; la capacidad de ser llevado a actuar continuamente o a ser más bien pasivo, que mide la actividad personal; la repercusión de las impresiones en el ánimo, que mide la resonancia que los acontecimientos tienen en nuestro interior. Sigue leyendo

Apresado por la nieve

Apresado por la nieve

Hoy la nieve me adentra en lo cósmico
de tú a tú con la naturaleza
gran acusadora de mi pobreza
por lo que me consideran cómico.

Cada copo y otro es dinámico
cubriendo por la noche la corteza
de troncos de árboles, tierra y maleza,
manifestando cada algo cónico

Es la blancura lo que significa,
la extensión nevada en todo su albor
incansablemente algo predica.

Libremente cae pero no salpica
y empapa toda la tierra de amor
como símbolo del cosmos que indica.

El amor tiene alas

El ser humano está proyectado para hacerse con los otros iguales a él. Esta característica humana se comprueba en el hecho de no poder hacerse completamente la persona en sí misma, lo que acostumbramos a llamar egocentrismo y lo calificamos como algo negativo y desagradable en el contexto social.

Por experiencia práctica y por razonamiento intelectual, se puede considerar la soledad como algo negativo, como un mal, porque impide la realización personal. No obstante, distinguimos entre la soledad y esos momentos de alguna duración de en los que la persona no está físicamente junto a otras –que no es soledad sino aislamiento voluntario- para pensar o encontrarse consigo mismo tras un periodo de minutos, horas o días con actividad exterior grande.

Encontramos en el plano humano algo interesante entre dos extremos de un binomio: interioridad-exterioridad o aislamiento-relación. Esos cuatro términos son necesarios, se complementan de dos en dos y no pertenecen al ámbito de la soledad sino a la mayor riqueza humana que reclama la presencia de otros.

Cuando se aplican las posibilidades de exterioridad y de relación, la persona centra su atención en los demás y sale de sí misma, nace un interés por el bien de los otros, surge un afecto que acelera el deseo de ese bien para el otro. Como resultado, surge la iniciativa, la inventiva, para encontrar métodos y procedimientos para que la persona amada sea feliz.

Ese vuelco hacia los demás se llama amor y lleva a ideales tan elevados que hacen realidad una expresión conocida: “el amor tiene alas”. ¿Qué alas son esas que engendra el amor? A veces deseamos algo muy concreto y material para la persona amada, un pequeño obsequio o regalo que se puede comprar; otras veces el gran amor puede llevarnos a desear algo inalcanzable por haber puesto un altísimo nivel en aquello que deseamos para la persona amada.

No es extraño pensar en el vuelo del amor. Un sencillo suceso infantil lo demuestra: Un niño sabía que su madre rezaba, es decir, trataba de hablar con Dios en el interior de su corazón y de su pensamiento, considerando la trascendencia del Sumo Ser; bajo esta perspectiva, el niño le preguntó: “¿Y tú hablas con Dios?”; ante la respuesta afirmativa, que no requería mucha información, el niño consideró lógico continuar la pregunta con lo que imaginaba que le posibilitaba la acción de orar: “¿entonces, tú vuelas?” Es decir, eran lógicas para el niño las alas del amor o, con otras palabras, entendía también que “el amor tiene alas” porque de lo contrario era imposible elevarse a la altura del Sumo Bien y de la Suma Bondad.

Es tan popular entender el amor alado que el icono del amor es Cupido, el dios del amor en la mitología romana o el Eros en la mitología griega. Se le representa como un niño con alas, indicando la altura y fugacidad –a veces- del amor, y con los ojos vendados, expresando la ceguera incluso ante las imperfecciones de la persona amada. En la historia mitológica, Cupido, hijo de Venus o diosa de la belleza, se ve en muchos episodios que acaban con el triunfo del amor alegre.

Los poetas se han expresado en los mismos términos y han considerado que los ideales grandes son ideales altos, y al estar altos hay que sobreponerse, hay que volar para alcanzarlos; quizá sean difíciles de conseguir y por eso se les pone a una altura poco menos que inalcanzable, mas los que se esfuerzan lo consiguen y pueden exclamar: “Volé tan alto tan alto que le di a la caza alcance”.

En el arte encontramos otra representación de la elevación del alma en el águila de San Juan; la escena frecuente en pinturas y relieves es la del águila que inspira a San Juan el libro del Apocalipsis. El águila es ave de vuelo alto y solemne, por eso es apta para representar a quien escribe un libro de altura espiritual.

El verdadero amor toma iniciativas en busca de la felicidad de la persona amada, hace salir a la persona de sí misma y de su pobre ensimismamiento, lanza a la persona a la alegría de ser complementada en otra persona. El amor es espléndido, alto, sabe volar porque se dirige continuamente hacia un objetivo que no es él mismo, va hacia el sol.

Para una agradable convivencia

Se diría en términos clásicos que el hombre es sociable por naturaleza; sociable es contrario a solitario por localización geográfica o por aislamiento relacional.

El gran don de la comunicación no sólo es algo característico de los seres humanos, sino un gran regalo que es bueno agradecer y ponerlo en práctica de la manera más conveniente. La persona comunica lo que posee en su interior, sus ideales, preocupaciones, alegrías, proyectos, penalidades, ilusiones y todo aquello que se pueda compartir.

Compartir es algo delicado. Se comparte el sol o la lluvia, pero eso no es propio; se comparte un poco de alegría en un estadio de fútbol y, sin ser muy propio, es algo de lo que participan más intensamente junto con otros aficionados; se comparte una buena mesa, pero con amigos, y eso es compartir las vidas de las personas que califico como agradables comensales; se puede compartir algo de la intimidad personal, pero únicamente con quien se que me entiende y se puede alegrar o me puede ayudar.

Se comparte también el trabajo y la vida ciudadana; en esas áreas encontraremos amigos, personas que opinen como uno mismo y personas que difieran poco o mucho de mi manera de plantear la vida o las soluciones a muy diversos temas. ¿Serán amigos o enemigos? ¿Puedo considerar que es mi enemigo quien piense distinto a mí o quien pretenda dar otras soluciones a los problemas? No hay razones para que los que ofrecen otras maneras de pensar sean mis enemigos, más aún, no hay razones y tampoco son acertados esos planteamientos. La gran mayoría de las cuestiones humanas no tienen soluciones únicas, el grado de inventiva y creatividad es tan alto como alto es el número de pobladores de la tierra.

La afinidad entre personas que tengan las mismas opiniones es agradable para ellas, eso no implica desagrado para quien opine lo contrario o tenga otro tipo de soluciones. No cabe la descalificación de otra persona o grupo de personas por el solo motivo de opinar de modo distinto u ofrecer distintas soluciones.

No obstante resulta acertado pensar que todo tipo de solución a los problemas deben estar en el entorno de la naturaleza de las cosas; es decir, no parece adecuado establecer una jornada laboral de veinte horas porque no es humano, sí parece adecuado velar por evitar los accidentes de tráfico porque así defendemos la vida de cada persona. Dentro de los límites oportunos que permiten a la persona ser persona, las opiniones sobre acontecimientos pueden ser muy variadas.

¿Enemistad o amistad entre humanos por opinar de una manera o de otra? Lo mejor es plantearse, ante todo, la amistad y la colaboración. En foros de trabajo o de cultura se experimenta bien que todos aprendemos de todos y es que buscar honradamente la verdad suscita sumandos positivos y, en cambio, agredir o tratar de molestar levanta sustraendos al buen entendimiento social.  La humanidad busca sumar y no restar porque está llamada al progreso y al desarrollo, eso lleva a que todos colaboremos y ofrezcamos buenos sumandos.