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Entre educador y educando

Las dos personas, educador y educando, se perfeccionan en la mutua relación de la educación. Se trata del desarrollo personal de ambos, aunque desde distintas perspectivas. Ambas personas son activas en la relación educativa, ambas ejercitan toda su persona para educar y para ser educado. Algo así sucede en toda relación de amistad o de amor: salvo la autoridad buena del padre, los extremos de la relación que busca la mejora del otro beneficia a ambos.

El arte de educar, y también el arte de amar, no violenta nada, simplemente orienta, anima, propone, argumenta. Por eso, la conversación mutua llena de fluidez es el mejor marco para ayudarse mutuamente.

Los padres tratarán de educar a su hijo, pero también pueden aprender de su hijo y muchas veces se sorprenderán de sus buenas reacciones, de sus bondades o de sus propuestas proporcionadas a su edad. Igualmente, entre personas queridas, cada cual se sorprende de la riqueza de otro, que es digna ser admirada, comprendida y participada.

En toda relación educativa o amistosa, no se debe partir de unos principios personales a seguir, ni de una idea preconcebida del otro, sino de la admiración del otro y del respeto al otro. De ahí nacerán mutuas propuestas para avanzar en una mejor calidad humana que deja espacio para que el otro elija y configure libremente su modo de pensar y de hacer.

El educador, el amante, mostrara la bondad hacia el otro para que pueda descubrir por sí mismo los altos valores que pueden guiarnos, los objetivos que podemos proponernos, los motivos que tenemos para ello y los medios para conseguirlos.

En la relación de autoridad o en la relación de amor, conviene mucho que sea el otro quien razone, opte y decida.

Buscar una buena comunicación

La persona se comunica necesariamente con los demás porque no puede vivir en soledad. Parece que comunicarse es algo sencillo, natural y no está sujeto a ningún aprendizaje ni cuidado, pero también parece que no es así cuando nos encontraos con alguien que tiene dificultades para manifestar sus ideas o sus estados de ánimo.

Lo más fácil es tener una comunicación superficial –una sonrisa, una lágrima o pedir alguna cosa, hablar del deporte o del tiempo que hace-, pero no basta esa relación familiar, social o amistosa fundamentada en una necesidad objetiva y mucho menos externa; una actuación de ese tipo puede calmar el hambre o lograr pasar un rato distraídamente, pero no llega al fondo de la persona.

También el silencio puede ser una forma de comunicación; por ejemplo, es fácil comprender el estado interior de enfado cuando se ve a una persona que no habla. Dicho silencio puede ser también objetivo, y se puede imaginar que algo le ha pasado a esa persona; no obstante, tampoco es una comunicación muy válida.

Es necesaria una comunicación más profunda y se dará en un marco de cariño, de amistad y de confianza. Quien habla es porque confía en otra persona y se siente libre para hacerlo porque tiene seguridad de sentirse comprendido y quizá ayudado. La comprensión es necesaria aunque no resuelva nada, es compartir una alegría, una pena, una preocupación o algo similar; la ayuda es algo posterior que ofrece el oyente al que habla y así, entre los dos, pueden trazarse buenos objetivos para seguir el camino de la vida.

A la persona “muda” es difícil ayudarle porque no se le conoce interiormente. Es bueno hablar y compartir, ofrecer confianza y buscar confianza. Ciertamente, se dará comunicación sobre temas objetivos, realidades vividas que alegran o preocupan, pero conviene llegar a la profundización interior de quien habla con confianza y de quien escucha con interés. El marco para ello es una buena empatía afectiva.

También el silencio puede ser una maravillosa comunicación, pero requiere que ambas personas se conozcan muy bien y se lea en los ojos y en la cara el estado interior del otro; eso solo lo logra un verdadero amor.