Las dos personas, educador y educando, se perfeccionan en la mutua relación de la educación. Se trata del desarrollo personal de ambos, aunque desde distintas perspectivas. Ambas personas son activas en la relación educativa, ambas ejercitan toda su persona para educar y para ser educado. Algo así sucede en toda relación de amistad o de amor: salvo la autoridad buena del padre, los extremos de la relación que busca la mejora del otro beneficia a ambos.
El arte de educar, y también el arte de amar, no violenta nada, simplemente orienta, anima, propone, argumenta. Por eso, la conversación mutua llena de fluidez es el mejor marco para ayudarse mutuamente.
Los padres tratarán de educar a su hijo, pero también pueden aprender de su hijo y muchas veces se sorprenderán de sus buenas reacciones, de sus bondades o de sus propuestas proporcionadas a su edad. Igualmente, entre personas queridas, cada cual se sorprende de la riqueza de otro, que es digna ser admirada, comprendida y participada.
En toda relación educativa o amistosa, no se debe partir de unos principios personales a seguir, ni de una idea preconcebida del otro, sino de la admiración del otro y del respeto al otro. De ahí nacerán mutuas propuestas para avanzar en una mejor calidad humana que deja espacio para que el otro elija y configure libremente su modo de pensar y de hacer.
El educador, el amante, mostrara la bondad hacia el otro para que pueda descubrir por sí mismo los altos valores que pueden guiarnos, los objetivos que podemos proponernos, los motivos que tenemos para ello y los medios para conseguirlos.
En la relación de autoridad o en la relación de amor, conviene mucho que sea el otro quien razone, opte y decida.