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La verdad, no la costumbre

Los modos de hacer puramente humanos, dejados llevar por el uso de la mayoría, no llevan a un modelo ejemplar.

La humanidad, sujeta a error e imperfección, se deja arrastrar por lo débil, por lo fácil, por lo caprichoso, y de ahí pasa fácilmente a lo malo en sí mismo considerado porque no puede sostener ni argumentar su conducta débil.

En cambio, la humanidad es capaz de dejarse ayudar por la luz de la buena inteligencia que detecta lo bueno y lo malo, aconsejando siempre lo bueno, que es lo que le interesa.

La misma humanidad puede considerar exigente las invitaciones de la luz inteligente y, huyendo de esfuerzos, aceptar lo cómodo. Esa comodidad, superficialidad o pereza, abren la puerta a modos fáciles de hacer que se conforman a lo blando, a lo que no supone tensión y así hasta llegar a las más bajas apetencias humanas.

Si hay poblaciones de personas en esas condiciones de flojedad intelectual, se consolida una costumbre, un modo de hacer que es lejano a la luz de la verdad y se da permiso a que lo que impere sea la costumbre sin ley.

El relativismo que se instala abre la puerta a considerar el imperio de los valores más fáciles y a un minimalismo ético donde no haya que realizar esfuerzos que pasan a ser considerados impropios de la naturaleza humana.

Al contrario, la buena humanidad sabe ver la luz que le ofrece la inteligencia, sabe esforzarse por alcanzarla y por inspirar su vida conforme a esos principios y valores, aunque le cueste esfuerzo.

El mejor ejemplo que puede explicar la conducta de la humanidad tras la luz de la verdad es el del montañero que desea llegar a la alta cumbre a pesar de los esfuerzo y cansancios que le cueste la escalada.

Es mejor la verdad que la costumbre, el esfuerzo por captar la verdad que la flojedad de no exigirse e imitar el mismo comportamiento fácil de los demás. La moda del momento no hace la ley de la verdad. La costumbre atrofia la humanidad, la verdad la embellece.