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Vivir con optimismo

Pensar en el optimismo es referirse a tener una actitud positiva y favorable que haga posible una vida satisfactoria y dicho es contrario al pesimismo, desesperanza, tristeza o poco atrevimiento para llevar a cabo acciones muchas veces necesarias. Ante este panorama, se concluye inicialmente que merece la pena ser optimista.

La forma de ser de cada persona enfoca la vida de unas de estas dos maneras: o que cree que todo lo que existe y sucede es lo mejor, o por el contrario, piensa que cuanto sucede es lo peor que puede suceder. Entre ambos extremos hay mucha variedad de casos que pueden agruparse desde los audaces e intrépidos hasta los previsores o timoratos. Nunca los extremos suelen ser buenos, por lo que la excesiva confianza en la bondad de todo y de todos, o bien el tener miedo ante todo, puede ser irreal porque falta objetividad en dichos extremos. Por tanto, hay que ser equilibrado: ni utópico iluso ni realista que se colapsa con su pesimismo.

Ante todo, la persona debe ser consciente de quién es, cuáles son sus capacidades y posibilidades. Los bienes que tenemos -aparte de los materiales, necesarios para poder vivir- son aquellos que integran la perfección y felicidad de la persona, tales como inteligencia, relaciones buenas con los demás, el amor, la salud, la paz personal, la paz social. Y entre ellas vienen a insertarse dos cualidades: el amor y las dificultades. El amor perfecciona y si hay miedo quizá falte amor o sentirse querido, personas a las que se ame o de quienes recibir amor; el amor ilusiona y da seguridad. Las dificultades -que sería ilusorio eliminar de nuestro horizonte- no tienen por qué ensombrecer el panorama, sino que hay que colocarlos en su verdadero sitio y en su verdadera dimensión.

Algunos factores que favorecen el optimismo:

Primero. Ser conscientes de los bienes interiores que poseemos, en concreto los bienes en el entorno de la interioridad: tener un orden interior que sepa situar todos los asuntos, tener paz y armonía interior, tener el arte de vivir en amistad con todos, estar habituado a ser leal y justo.

Segundo. Disponer siempre de una buena dosis de buen humor: el buen humor ayuda, ¿por qué hemos de ver los asuntos con tremenda seriedad?… ¿eso es parte de nuestro aparentar “ser importante”, que en realidad es un complejo de inferioridad? Tener la liberalidad de no dar tanta importancia a una cosa, dejar reposar un asunto para resolverlo más tarde con serenidad, divertirse incluso con lo que le sorprende, eso es un bien que relaja y descansa la mente.

Tercero. Dar contenido al optimismo y a la alegría: hay personas falsas o que está hablando y se nota que no se creen lo que dicen o que la otras personas les dan igual…. Hay que poner contenido en la alegría; por ejemplo, “me alegro por tu bien o por algo bueno que te ha pasado a ti (no a mí, que eso es egoísmo)”, estoy contento porque estoy seguro de lo que quiero, tengo la alegría de pretender lo bueno para otros, tengo alegría porque sé que -a pesar de dificultades- las cosas salen con un buen trabajo, sonrío por razones satisfactorias que siento en mi interior.

Cuarto. Ser consciente de un hecho humano del que nadie escapa: el sufrimiento y el dolor. solo es optimista y alegre aquél que ha pasado por el realismo del dolor y del sufrimiento.

Y el optimismo tiene buenas consecuencias:

Buena consecuencia del optimismo es que esa persona optimista es fuerte, capaz de llevar a cabo cualquier esfuerzo… no así el pesimista, que se hunde a la primera contrariedad.

El optimismo es motivo de civilización: el optimismo, la alegría respaldado por la verdad sincera, “civilizan”, hacen posible una civilización en paz donde no hay guerra ni enfado ni trampa. Hay un susurro o una brisa que el optimista esparce, es un valor añadido de los frutos de todo trabajo o de toda relación social.

El optimismo y la alegría dilata la acción buena y, por tanto, hace fácil establecer objetivos y medios, programarlos para lograr lo que se pretende.

El optimismo da seguridad, la persona segura tiende a no ser problemática, ve las cosas con tranquilidad, el optimista equilibrado tiende a estar seguro.

El optimista tiene un valor añadido o efecto multiplicador: el optimista arrasa porque a las personas nos gusta seguir al alegre, al que me va a dar soluciones, a la persona con quien da gusto estar.

Por tanto, es de agradecer encontrar personas optimistas a nuestro alrededor porque sabemos que saben poner en marcha su motor interno. El optimista es creativo, mucho más si ama y es amado, y por ello sabe ponerse sobre las dificultades y obstáculos para seguir adelante sin quejas, con imaginación y con una sonrisa constante.