José Luis Font Nogués
Desde la tarea educativa se observa que educadores y alumnos se acogen más a aspectos científicos que trascendentes y, en otro orden, los jóvenes contestan las orientaciones de los mayores en busca de independencia y fugacidad en sus actos.
En la cultura occidental se ha perdido el sentido de lo trascendente, eliminando vínculos permanentes y banalizando la verdad. Se da paso a un individualismo de la conciencia que genera odio y violencia cuando se aplaude un logrado desorden de la naturaleza que atenta contra la dignidad humana. Las conversaciones con alumnos corroboran esta situación. La desfiguración de la esencia del hombre se agrava con las dobles vidas facilitadas por videojuegos y situaciones virtuales que facilitan protagonizar personalidades no puestas en práctica en la vida real. Así, se cambia el Decálogo mosaico por cánones individualistas y relativistas.
De entre las contenciones y catalizadores motivadores de los actos humanos es el misterio de la adoración –sumisión por amor- lo que da sentido al ser del hombre. Desde ese punto de partida, y en el marco del aprendizaje significativo, entendemos que, desde el origen, el hombre orienta los actos como continuación del pensamiento procedente de lo que ya se sabe, por lo que es necesario respetar el misterio por el que el hombre da sentido a sus actuaciones.
De la experiencia del trabajo con alumnos se deduce que hay muchos aspectos que nos llevan a la interdisciplinariedad como solución convergente para todas las culturas, por ejemplo: el sentido nupcial del universo, la necesidad de purificación del mal -propio de culturas orientales- y el respeto islámico al Creador y a la naturaleza. Esto es punto de partida y común denominador para la formulación de las siguientes pautas mínimas de orientación para todos los hombres: el ser humano, consciente de su dignidad, se pasma ante el misterio del universo y de él mismo, reconociéndose indefenso a pesar del avance de la ciencia; sólo se realiza en el ámbito del amor, conforme a las leyes del ser-hombre y ser-mujer como fuente de vida-amor en la familia; es valioso y merece respeto en su honor y en sus posesiones bien adquiridas.
A pesar de eso, se necesita un garante máximo interior al hombre que traiga en cada momento el recuerdo de lo verdadero y limpie su olvido en una conciencia embotada. Ese ejercicio es educación y restauración, a la vez que debe procurarse como resultado del diálogo intercultural.
* * * Sigue leyendo