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Preparar la esperanza

Esperar, ¡bella palabra! Esperamos la llegada del amigo, del padre, de la esposa, de la persona querida. Esperamos un éxito profesional. Esperamos una situación de bienestar. Esperamos una paz en el alma. Esperamos el descanso tras el intenso trabajo.

La esperanza hay que trabajarla porque no llega sola como una lluvia del cielo en la que no tenemos parte. Aquello que espero ha de ser elaborado poco a poco, lo que supone una idea, una preparación unos medios, unos elementos, unas acciones y un deseo bueno que lo inunda todo. Si los requisitos son útiles, quizá al final llegue el resultado. Mientras tanto se ha tenido la esperanza de alcanzar ese resultado, pero eso no se ha dejado a la suerte, sino que se ha sometido a un proceso de trabajo bienintencionado con la ilusión de alcanzar el objetivo que se deseaba.

Es vano esperar sin trabajar, tanto en el terreno de lo laboral, de lo profesional, o de lo familiar, amistoso, o las aficiones personales. La lluvia puede caer como regalo, los bienes normalmente no son gratis sino que hay que ganarlos a pulso, con esfuerzo diario y sentido común.

Para esperar bien hay que esperar con fundamento. Sería irreal poner los cimientos de la esperanza en unos pocos sentimientos o emociones pasajeros que tienen un carácter fugaz. Es más real, posible y satisfactorio esperar algo conforme a la verdad de lo que somos y en el orden de nuestras posibilidades. Como ejemplo clarificador, es iluso esperar un premio cuando no se tienen los boletos correspondientes para una rifa y es bastante coherente esperar una buena calificación académica tras muchas horas de un estudio e investigación bien realizados. Al contrario, esperar tener muchas emociones fugaces -las fiestas por un título o las celebraciones por un premio venido al azar- es fundamentar la esperanza en algo falto de coherencia.

La óptima esperanza conviene elaborarla poniendo los medios adecuados a nuestro alcance o, en definitiva, «trabajar o elaborar» la esperanza, aunque la incertidumbre humana siempre nos ofrece un factor sorpresa que deseamos coincida con el objetivo o meta que deseamos.

Vivir siempre alegre

Una persona está alegre cuando en su interior se manifiesta un sentido agradable ante la vida producido por acontecimientos determinados y esa sensación de placer se manifiesta externamente en la expresión del rostro o, incluso, en otras expresiones de toda la corporalidad que expanden eso agradable que lleva en su interior.

Se puede decir que una persona vive bien, a gusto, en la medida en que siente esos motivos por los que se siente feliz, disfruta y entiende que gracias a ellos merece la pena vivir.

No obstante, la alegría no es sólo una emoción momentánea, es algo de mayor envergadura. Entendemos que es lógico que vivamos y gocemos con lo bueno; ese sentimiento es de mayor amplitud que una simple emoción y se llega a un estado de vida en el que se es inundado por la felicidad. A pesar de todo, todo lo humano tiene sus imperfecciones y no es posible nunca una alegría plena, por eso conviene mantener una actitud de esfuerzo por buscar el estado de alegría porque ello nos hará vivir en mejores condiciones que en una situación triste o pesimista; podemos buscar bien en el horizonte los acontecimientos y las razones por las que podemos vivir felizmente, a pesar de las dificultades. Sigue leyendo

Afinar el carácter todos los días

José Luis Font Nogués

Parece que creemos haber descubierto mucho hasta el siglo XXI, pero acerca de la persona ya eran sabios en la cultura griega. Por ejemplo, Ovidio escribe en su libro Metamorfosis unas historias que parecen mitológicas, pero que reflejan cosas sabias sobre la misma humanidad.

Escultura de Bernini

Apolo y Dafne (Bernini)

Un ejemplo es el caso de Apolo y Dafne, bellamente representados por Bernini en la época barroca. Apolo pretende amar a una Dafne que no se deja y que en sus convicciones se va convirtiendo en árbol, en cortezas, raíces y ramas; quizá Apolo lo único que puede aprovechar son las hojas para hacer coronas a los héroes de su época.

Apolo no puede conseguir algo que pretende y nosotros inventamos muchas fantasías –depende del ingenio de cada cual- de las que quizá pocas podamos conseguir. Y nos podemos preguntar “¿para qué inventar cosas?”.

Dentro de nuestra personalidad, de nuestro peculiar modo de ser, también podemos inventar una vez sorprendidos por nosotros mismos y nos viene bien conocer algunos aspectos como son: la mucha o poca conmoción que nos producen los acontecimientos, que mide la emotividad personal; la capacidad de ser llevado a actuar continuamente o a ser más bien pasivo, que mide la actividad personal; la repercusión de las impresiones en el ánimo, que mide la resonancia que los acontecimientos tienen en nuestro interior. Sigue leyendo

Actuaciones acertadas

José Luis Font Nogués

Publicado en la revista digital «¡Qué familia!»

http://www.quefamilia.es

A lo largo de cada día tomamos muchas decisiones y esa determinación nos hace ir valorando las posibilidades a nuestro alcance casi sin darnos cuenta. Algunas veces se hace más importante la materia sobre la que hay que decidir y lo pensamos más detenidamente e incluso consultamos con otras personas; otras veces actuamos con mayor ligereza. En el origen de esa toma de decisiones buscamos lo que realmente nos interesa, lo que vemos que nos conviene en cada momento o tendrá una repercusión favorable en el futuro.

Una cuestión tan fácil a primera vista nos ofrece confusiones: pensará el niño por qué no ha de comer con los dedos, estorbará al adolescente volver a casa temprano en vez de estar con los amigos, querrá no estudiar y hacer deporte quien ya va dejando la niñez y se adentra ve que descubre un mundo con muchas cosas apetecibles a su alcance, costará al padre y a la madre cuidar de la casa y de los hijos –es más, ¿cómo lo hacemos?-, será un problema decidir sobre dos posibilidades distintas para resolver un asunto familiar. Las alternativas de resolución aparecen inesperadas o se pueden buscar, el caso es resolver bien en cada momento.

La gran cuestión es saber cómo resolver, no confundirse en la decisión. Esto lleva a mirar adentro de cada persona: ¿quién soy yo?, ¿quién eres tú?, ¿qué persigo?, ¿hacia dónde vas?, ¿qué me mueve a actuar?, qué consecuencias tendrá mi decisión?… Quizá haga falta asesorarse, estudiar, leer algo conveniente, consultar, pensar; tenemos datos prácticos y podemos encontrar teorías, pero quizá no sea acertado el acercamiento exclusivo a uno de esos dos extremos porque la vida no es teoría y a la teoría le falta vida; además de la mucha ciencia hay factores de libertad, cultura, historia o capacidades de cada persona que inciden en la toma de una decisión y, en el otro extremo, el ejecutar continuamente sin pensar es superficialidad o atolondramiento.

El ejemplo del niño que busca con complacencia lo bueno y mira de reojo sonriendo cuando busca algo que él ya entiende como no adecuado es una gran lección para todos; dentro del niño y dentro de todos hay un sentir de lo que es o no oportuno en cada momento; esa fuente de sabiduría se puede estropear y por eso podemos acudir al asesoramiento y a la reflexión para lograr entender cuál es la buena actuación. La tarea del discernimiento y de la decisión es propia de toda persona desde la niñez a la vejez y en cualquiera de los ámbitos familiar, profesional o social de la vida.

Más vale pensar, no improvisar, experimentar la humanidad de las personas, no ser temerario ni tímido, respetar a todos y solucionar todo de la mejor manera posible. Posiblemente sea el amor lo que lleve a la verdad que habrá que tener en cuenta en cada decisión.