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Reir para educar

José Luis Font Nogués

Un día leí en la prensa una entrevista a un famoso payaso que el periodista tituló «Quien no ríe pierde la salud». Este encuentro del payaso con la prensa fue motivado por un espectáculo titulado «A mis niños de 30 años». Lógicamente, el periodista no pudo evitar la pregunta:»¿Hay niños de 30 años?, ¿hacerse mayor no consiste en eso, en matar al niño que cada uno lleva dentro?». Miliki, el payaso, respondió: «Pobre, desgraciado de aquel que haya matado al niño que lleva dentro: ha perdido lo más importante de toda su vida». (Entrevista a Emilio Aragón, «Miliki», payaso. Diario Ideal. 25-IX-2000, pg 12 y 13). Los padres y educadores siempre han de tener estas ideas a la vista. Para educar al niño, hay que hacerse niño y como los niños, alegre, risueño, atractivo, con interés descubridor por las cosas, innovador.

Y, «¿para qué sirve la risa?», seguía preguntando el periodista en la entrevista antes mencionada. La respuesta del payaso Miliki es la de un gran sabio psiquiatra: «La risa vale más de lo que la gente normalmente cree, porque la risa cura. La gente que ríe es gente sana, gente feliz; la gente que no ríe tiene problemas de salud». Y es cierta esta observación. Un año tuve ocasión de reunirme con un grupo de profesionales jóvenes para participar en una actividad formativa-cultural; al finalizar caí en la cuenta que todos habíamos trabajado mucho, pero lo que todos recordábamos es lo bien que lo habíamos pasado. El curso fue formativo y curativo; al final estábamos más sanos que al principio, nuestra higiene mental era de mayor calidad, ¡habíamos reído mucho incluso en un ambiente de trabajo serio y cordial!

Me sigo refiriendo a la mencionada entrevista y me permito una pequeña reseña biográfica: Miliki -con Gaby y Fofó- estuvo en Cuba 27 años y después de la revolución castrista abandonó la isla con destino a Puerto Rico; tras éxitos en Sudamérica volvió a España en 1973. Por esta trayectoria hace el periodista otra pregunta, «¿Está usted doctorado en infancia?», a la que Miliki responde algo que interesa a los educadores: «En Cuba y nos pusieron tres profesores en el programa para que atendieran nuestras necesidades; a las seis semanas renunciaron porque entendían que, de niños, sabíamos más nosotros que ellos. Era fruto de nuestra relación diaria».(cfr. id Ideal). Y Miliki sigue apoyándonos en esta idea de ser como niños, alegres como los niños.

No obstante, los mayores han creado corazas y resentimientos provocados voluntaria o involuntariamente, y a veces incluso lloran, son agrios y sufren, cosa que no entienden mucho los niños. «El tópico del payaso -sigue preguntando el periodista- que aún en la desgracia ha de salir a hacer reír a los demás, ¿responde a la realidad?». Y nos suena esta pregunta a algo muy personal que a veces nos toca muy de cerca y dudamos si sabremos estar a la altura de las circunstancias. «La lágrima del payaso -responde Miliki- es un invento de los novelistas ingleses. Hay una anécdota muy célebre, la de Garrick, un payaso muy famoso. Un señor va al médico para que le cure, el médico le aconseja que vaya a ver a Garrick, y él contesta: ‘Es que Garrick soy yo’. A mí se me murió mi padre y al día siguiente debutaba con un espectáculo en el circo Price. Tuve que hacerlo pese a que las carcajadas me sonaban a vacío, a absurdo, nada tenía sentido… pero era mi profesión y tenía que entregarme» (cfr. id. Ideal). ¿Tendrán que ver estas palabras del famoso payaso con la actitud de una buena madre que alegra la cara y ríe por hacer y ver feliz a su hijo?. Es lo que hemos de pedir con la poetisa Gloria Fuertes:

Anda, pasa.
Pasa, anda,
no tengo más remedio que admitirte,
Tú eres el que viene cuando todos se van,
El que se queda cuando todos se marchan
El que cuando todo se apaga, se enciende.
El que nunca falta.
Mírame aquí,
sentado en una silla dibujando…
Todos se van, apenas se entretienen.
Haz que me acostumbre a las cosas de abajo.
Dame la salvadora indiferencia,
haz un milagro más,
dame la risa,
¡hazme payaso, Dios, hazme payaso!

Ser payaso auténtico es saber entregar a los demás lo mejor de uno mismo, no sólo por la buena intención de que los otros estén alegres, sino porque realmente entendemos que el otro o los otros que tenemos ante nuestros ojos merecen nuestra sonrisa y porque realmente nos alegra su presencia y su vida.

Un amigo mío me explicó un día lo que era «la sonrisa de los ojos», de mucha más calidad que «la sonrisa de la boca», que incluso puede reflejar a veces alguna falsedad.