Hoy -año 2024-, en el lenguaje corriente de las personas, en los diversos ambientes, en las costumbres, etc. es muy difícil que se entienda el concepto de “pureza”, tanto del comportamiento externo como del interior de las personas llevadas fundamentalmente por el relativismo moral y por el sentimiento, agravado por una falta de buena educación de la afectividad.
La naturaleza humana está mal inclinada por el llamado pecado original y podemos descuidarnos o contagiarnos, aunque -con una mente sana- no nos debemos alarmar porque vivimos a gusto en nuestro mundo, con nuestros coetáneos, y sabemos que los peces solo viven en el agua, aunque el agua esté sucia, y fuera del agua mueren.
Ser limpio de corazón es tener limpieza interior, ser puro de corazón: esa es la clave y la consecuencia del dominio interior, de la integración de lo espiritual y de lo corporal, de lo externo y de lo interno. Se trata del dominio de sí mismo conforme a la propia identidad -hijo de Dios- y a la personal libertad.
Por otro lado, es erróneo entender la “pureza personal” como una agria renuncia a la vida y que eso concluya en una frustración. No, la pureza es libertad y no tener ataduras de imaginación, de pensamiento, de materia y de cuerpo.
En todas las religiones hay rituales de pureza y limpieza, pero Jesucristo eleva ese modo de entender e invita a Pedro a comer libremente de todo liberándose así de escrúpulos relacionados con la pureza legal de los judíos y dice “Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano” (Hech 10, 15) y S. Pedro entiende que no ha de temer el trato con no circuncidados -que son impuros en la Ley de Moisés- sino que Dios ha purificado los corazones por la fe. La fe en Cristo es lo que hará puro a persona.
Por el gran acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, toda persona es reconciliada con Dios y en Él podemos alcanzar la pureza de la vida divina. Esa es la clave que será el motor de toda nuestra vida.
Según la bienaventuranza, buscamos la limpieza de corazón porque, en el sentido bíblico, el corazón es el centro de la existencia humana y así lo dice Jesucristo: “Todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos (…) Por tanto, por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 17-20). Y también añade Jesucristo: “Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre. Porque del interior del hombre proceden los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez” (Mc 7, 20-23), palabras con las que Jesucristo extiende la impureza de corazón no solo a lo referente al sexo sino a muchos aspectos mas del comportamiento interior y exterior del hombre.
Podríamos hablar de tres fundamentos de la impureza (cfr. Élisabeth de Jesús. La pureza de corazón. Patmos 241, Madrid 2009, pag 46-49):
1 El olvido: olvidar que Dios es Padre, olvidar nuestra identidad y vivir como huérfanos, aislados y como muertos; el hombre puro es aquel que “estaba muerto y ha vuelto a la vida” (Lc 15, 31)
2 El error: dejarse llevar por la ceguera, la no-verdad, la ilusión de cosas erróneas, de la mentira, la autojustificación y de todo lo que oscurece la inteligencia del hombre. El punto clave es Jesucristo: “Si vosotros permanecéis en mi palabra (…) conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32)
3 El miedo: el mismo de aquel que enterró su talento, el que le dio el amo, y no lo hizo producir por miedo a su amo. El miedo oscurece la voluntad y le hace incapaz de acoger y transmitir el don del amor de Dios. “En la caridad no hay temor” (1 Jn 4, 18) o sea, el que tiene miedo no sabe querer.
La pureza de corazón es una elección de amor conforme a palabras de Dios: “No tendrás otro dios fuera de Mí. No te harás escultura ni imagen…. No te postrarás ante ellos… porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso” (Ex 20, 3-5).
La pureza prepara al alma para la intimidad con Dios, para la vida contemplativa “porque somos enamorados y vivimos de Amor, traemos puesto de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro, llegando a Él por su Madre Santa María y, por Él, al Padre y al Espíritu Santo” (San Josemaría, Carta 24.III.1931, nº 59).
Nos sorprende Fray Luis de Granada:
“Bajo este nombre de amor, entre otras muchas cosas, se encierran señaladamente estas seis: amar, aconsejar, socorrer, sufrir, perdonar y edificar. Las cuales obras tienen tal conexión con la caridad, que el que más tuviere de ellas tendrá más caridad, y el que menos, menos (…) Pues según esta orden podrá cada uno examinar cuánto tiene y cuánto le falta de la perfección de esta virtud. Porque el que ama, podemos decir que está en el primer grado; el que ama y aconseja, en el segundo; el que ayuda, en el tercero; el que sufre, en el cuarto; el que perdona y sufre, en el quinto; y el que sobre todo edifica con sus palabras y buena vida, que es oficio de varones perfectos y apostólicos, en el postrero”. (Fray Luis de Granada. Guía de pecadores I, II, cap 6. Citado en notas a Rom 9, 21 en NT Eunsa, tomo 6).
En consecuencia, podemos preguntarnos cuál es nuestro grado de amor…. ¿Es el grado “postrero”?
En el tercer mileno… como en siglos antes de Cristo o en la Edad Media… ¿nos interesan dioses esculpidos… mi bolígrafo de mi tatarabuela…. mi libro al que no puedo abandonar…. mi idea luminosa a la que estoy aferrado…? Hemos de tener en cuenta que la pureza procede de la liberación, lleva al abandono en manos de Dios y para eso es preciso el desprendimiento de “mis” posesiones físicas y mentales, cosa compatible con la disposición de los medios para vivir adecuadamente.
San José es un magnífico modelo porque dio a Dios, por entero, “su corazón joven y enamorado” (San Josemaría, Es Cristo que pasa, nº 38), ¡y no digamos la Virgen Santa María! que pronunció el Sí definitivo de la historia de la humanidad, de la historia de la salvación.
Entender todo esto nos hace afortunados: “Quien es limpio de corazón desea contemplar a Dios sin querer por eso instrumentalizarlo. Gratuitamente. Por ser Él quien es. Y la contemplación de la Belleza divina se abre al canto de la alabanza y al silencio de la adoración: gestos gratuitos por excelencia, gestos humanizadores por excelencia” (Élisabeth de Jesús. La pureza de corazón. Patmos 241, Madrid 2009, pag 69)
12.II.2024
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