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Andrés Manjón y Manjón (Sargentes de la Lora, 30.XI.1846 – Granada, 10.VII.1923). Fundador de las Escuelas del Ave María.

La firmeza necesaria en el educador

Se refiere Andrés Manjón a la firmeza que ha de ejercitar el maestro al encargarse de un grupo de alumnos a los que no conoce. Parte del supuesto del buen hacer y de los conocimientos del maestro, pero también de las tendencias que emergen en los alumnos para investigar quién es su maestro y establecer unas posiciones adecuadas para ellos enfocadas a la defensa o, incluso al ataque. Escribe Andrés Manjón:

“El maestro necesita la virtud de la firmeza al principio, pues al presentarse por primera vez en clase, los alumnos le han de estudiar, sondear, tantear para ver de qué pie cojea, y por aquel flaco probarle y sobreponerse. Sea, pues, firme, sereno y precavido para triunfar en tales astucias y ensayos de rebelión”.

Puede dar la impresión de ser D. Andrés un hombre apacible y amable por aquella idea de pretender educar mediante el juego, pero no por ello es ingenuo: conoce bien el miedo del profesor que se enfrenta a un grupo de alumnos a los que no conoce y también conoce las estrategias –no mal intencionadas por lo general- de ese grupo de alumnos que no quiere ser dominado por un experto mayor.

Pero el maestro, profesor o educador, no necesita imponerse de alguna forma, sino mostrar las reglas del juego para lo que les reúne a todos: “Necesita firmeza después, para continuar, sostener y hacer cumplir todo lo dispuesto y ordenado, ya para la disciplina, ya para el estudio de los discípulos”. La firmeza es para tres fines: continuar, sostener y hacer cumplir.
Firmeza para continuar, porque los objetivos educativos se han de llevar a cabo; de nada serviría reunir a unos alumnos para no conseguir lo que se pretende conforme a sus edades o pautas educativas adecuadamente establecidas. Ese continuar requiere un ritmo diario que estará programado por el maestro, de forma cuadriculada y detallada en un documento escrito, aunque flexible y natural en el modo de actuar.

Firmeza para sostener, porque los alumnos necesitan ser llevados continuamente, animados en una ilusión llena de alegre anhelo por descubrir esas metas educativas de conocimientos o de actitudes en busca de su bien personal y del bien del marco social que le rodea. Los alumnos no progresarán sin el ánimo, sin el sostenimiento de la voluntad que ha de lograr esfuerzos por el saber y por la buena conducta.

Firmeza para hacer cumplir, porque no se educa mostrando una idea sino llevándola a la práctica; es conocida la expresión “la letra con sangre entra”, que no se refiere a nada hiriente ni coercitivo, sino a lograr una meta a través del esfuerzo que hay que empeñar para lograrla. Así, el alumno no aprenderá la ciencia ni la correcta manera de comportarse si no realiza actos que le cuesten; para eso está el maestro que “hace cumplir”, mejor con entusiasmo que con severidad.

Esta firmeza lleva incorporadas algunas actitudes en el educador. La firmeza es constancia o, en un grado más alto, perseverancia. La constancia parece que se aplica a una repetición desagradable y la perseverancia habla más de un empeño amoroso, que es lo que debe distinguir al maestro; el maestro ha de hacer todo amablemente, con gran respeto y con una entrega total y perenne a la persona que se educa.

(cfr. Manjón, Andrés. El Maestro mirando hacia dentro. Imprenta de las Escuelas del Ave María. Granada 1996, página 107)