Archivo de la categoría: Citas educativas

Educar (Gabriel Celaya)

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca…
Hay que medir, pensar, equilibrar…
y poner todo en marcha.
Pero para eso,

uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia concentrada.
Pero es consolador soñar,
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño,
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que, cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.

Decir de las cosas conforme a la verdad

«Esto hace la gente muy a menudo: vestir las cosas con el ropaje que le parece para que las tengan por lo que no son. A los vicios los cubre con aspecto de virtud; a la charlatanería la viste de sabiduría; a la grosería la viste de libertad; a la venganza la llama fortaleza y valor. En cambio arropa las virtudes con ropas muy distintas: al pudor le llama mojigatería; a la modestia la viste llamándola cortedad; a la devoción le pone hipocresía; y a la verdad la viste de tontería y locura. Para poder hacer esto tiene siempre a mano todo tipo de vestidos, es decir, de razones, con las que dar a cada cosa el color y el aspecto que le parece».

(Luis de la Palma, 1560-1641)

Responsabilidad

«Ir en serio» no significa pronunciar palabras grandilocuentes y formular exigencias a porfía. Va en serio quien ve las tareas allí donde realmente están: en la vida diaria, en el entorno más cercano; quien aborda con decisión esas tareas y las cumple día tras día.

(Romano Guardini)

Educar para poder ver la belleza

Es una grandiosa tarea enseñar y una grandiosa tarea divulgar el arte -divulgar no es dar vulgarmente al vulgo-, de modo que esta tarea también, en parte, es enseñar.

El amor, entonces, a la belleza -a la verdad- no es tanto para hacerla, sino para darla, para enseñar a amarla, para educar al hombre hasta que él mismo sepa verla.

        (Pedro Antonio Urbina)

La música en la educación

“La música debería ser una asignatura esencial de la educación. La música clásica estimula la creatividad y desarrolla la sensibilidad. Tiene muchos valores añadidos, y no sólo desde el punto de vista lúdico, también desde el pedagógico o el educativo. Creo que la música es una de las mejores herramientas para alcanzar el equilibrio personal y la paz interior. Vivaldi, por ejemplo, proporciona una serenidad increíble. La música despierta la esperanza, la ilusión de vivir. Incluso cuando sus acordes transmiten tristeza nunca son dolorosos, no se trata de una tristeza real: es más la nostalgia de algo que se ha perdido. La música despoja al ser humano de su aspecto más racional y despierta en él los sentimientos, que son los que de verdad movilizan a las personas. La música es capaz de conseguir que los seres humanos realmente se miren a los ojos: en ese momento no piensan, sólo sienten. El trabajo en una orquesta produce una complicidad muy gratificante. Y si además se obtiene el aplauso del público, hay una sensación de orgullo compartida: sientes entonces que has hecho bien tu trabajo, que has logrado una comunicación auténtica en medio de una sociedad que con frecuencia se queda en lo cualitativo”

Inma Shara (Amurio, 1972. Directora de orquesta)

Educar en aulas y ámbitos docentes

 “…el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. No podemos avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar algo en lo que no vemos racionalidad: pues “no existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor” (Caritas in veritate, n. 30). Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad que se exige a todo buen educador”.

(Benedicto XVI. Discurso en el Encuentro con profesores universitarios jóvenes. Basílica de San Lorenzo de El Escorial. Viernes 19 de agosto de 2011)

Vivir en la finura interior del niño original

Robert Speeman

El hombre es un ser que necesita de la ayuda de otros para llegar a ser lo que propiamente es. Esto vale también para la conciencia. En todo hombre hay como un germen de conciencia, un órgano del bien y del mal. Quien conoce a los niños sabe que esto se aprecia fácilmente en ellos. Tienen un sentido agudo para la justicia, y se rebelan cuando la ven lesionada. Tienen sentido para el tono auténtico y para el falso, para la bondad y la sinceridad; pero ese órgano se atrofia si no ven los valores encarnados en una persona con autoridad. Entregados demasiado pronto al derecho del más fuerte, pierden el sentido de la pureza, de la delicadeza y de la sinceridad. Para ellos, la palabra es ante todo un medio de transparencia y de verdad. Pero cuando, por miedo a las amenazas, aprenden que hay que mentir para librarse de ellas, o experimentan que sus padres no les dicen la verdad y emplean la mentira en la vida diaria como normal instrumento de progreso, desaparece el brillo de sus conciencias y se deforman: la conciencia pierde finura. La conciencia delicada y sensible es característica de un hombre interiormente libre y sincero, cosa que nada tiene que ver con el escrupuloso que, en lugar contemplar lo bueno y recto, se observa siempre a sí mismo y analiza con angustia cada uno de sus propios pasos. He aquí una especie de enfermedad.

Spaemann, Robert. Ética: Cuestiones fundamentales. Eunsa (8ª edición). Pamplona 2007, pag 99