José Luis Font Nogués
La pregunta acerca de la actitud del profesor ante el reto de educar a personas con la intención de que sean ellos quienes puedan interesarse por la Verdad, se puedan poner en camino para esa tarea y felizmente puedan encontrarla en un marco de libertad, está en la línea de buscar la metodología adecuada. Cuál sea la metodología adecuada nos puede llevar rápidamente a pensar en libros de textos y técnicas de aprendizaje, pero quizá esos aspectos sean tan sólo unos instrumentos que necesitan una más amplia orientación. Fijémonos en otros aspectos:
a) La caridad como punto de partida
Ante el don de la fe y de la misma esencia del acto de educar, no ha de ser otra que parta del amor hacia los demás. “El amor —«caritas»— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,22)” (CV, 1).
b) Intención de hacer ciencia
En este mismo sentido, se puede decir que “defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad. Ésta «goza con la verdad» (1 Co 13,6).” (CV, 1)
c) Hacer ver la verdad, el bien, la belleza
Para alumnos y familia, hacer ver la verdad que es el bien y la belleza: “Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y la verdad, y nos desvela plenamente la iniciativa de amor y el proyecto de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros.” (CV, 1)
d) Razonar la ley natural, no como una “imposición” del Legislador divino o de la Iglesia, sino como algo normativo en virtud de una exigencia del espíritu, algo que nace del corazón mismo de nuestro ser como una invitación a la realización y a la superación de sí mismo. No se trata, por tanto, de someterse a la ley de otro, sino de acoger la ley del propio ser (LN, 43). O sea, evitar la dicotomía -al menos ilusoria o coloquial, pero que luego consolida en actitudes vitales- de “ley impuesta no, libertad sí”, lo que coincide con el principio de autonomía absoluta sin dependencias y, con ello la moral de situación, relativismo, nihilismo, religión a la carta u opinión de la mayoría hecha ley.
e) Razonar la fe en medio de los acontecimientos diarios
Existen puntos conflictivos en alumnos, sus padres y entre ambos que no se resuelven satisfactoriamente por costumbres, imposición, etc. Luego, defender o hacer ver la verdad no ha de ser en intransigencia sino en razonabilidad y en caridad: ir del brazo con quien opina distinto a mi, llenar el cerebro (C, 35), no contemporizar por cansancio o abatimiento o por falta de argumentos (C, 54), solución es el estudio, interdisciplinariedad para hacer una nueva apología de la fe en coherencia con el siglo XXI (C, 338).
Las formas han de ser adecuadas a una fe que es razonable (C, 396-397) y el ejercicio intelectual que favorece la fe ha de llevar una depuración de todos aquellos comentarios de alumnos y de sus padres impregnados de ecos de los medios de comunicación diversos (C, 451) para estudiarlos y razonarlos en su verdadera dimensión. Sólo de esta manera se puede educar en la fe (C, 582) y, en definitiva, al hombre porque “El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano” (CV, 78).
La metodología en el aula –y también en la orientación personal y en las entrevistas con los padres de los alumnos- ha de tener el arte de “rescatar” al alumno de opiniones y sensaciones subjetivas: “La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas. La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el lógos del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad.” (CV, 4)
f) Estar abierto al diálogo para llegar a la verdad
Por otro lado, la metodología exige la palabra para buscar la verdad porque “la verdad es «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, comunicación y comunión.” (CV, 4). Es decir, hay que hablar en el aula con los alumnos porque la palabra crea “a través de-palabra” diálogo y así llena de verdad, “la caridad puede ser comprendida por el hombre en toda su riqueza de valores, compartida y comunicada.” (CV, 4). O sea, al hablar con alumnos sale la verdad y nos amamos; pero hay que saber hablar, estudiar, ver las razones científicas a aportar -razones científicas, arqueología, historia, medicina, biología, sociología y de todas las ciencias- sirviéndose de la interdisciplinariedad como método científico.
g) Ayudar a que el alumno forme libremente su conciencia
En definitiva, a través de todas las formas educativas de un centro escolar se ha de buscar la formación de la conciencia o, dicho de otro modo, que cada persona tenga la oportunidad de formar libremente su conciencia, teniendo en cuenta que “Ninguno da forma a la propia conciencia de manera arbitraria, sino que todos construyen su propio «yo» sobre la base de un «sí mismo» que nos ha sido dado. No sólo las demás personas se nos presentan como no disponibles, sino también nosotros para nosotros mismos. El desarrollo de la persona se degrada cuando ésta pretende ser la única creadora de sí misma. De modo análogo, también el desarrollo de los pueblos se degrada cuando la humanidad piensa que puede recrearse utilizando los «prodigios» de la tecnología. Lo mismo ocurre con el desarrollo económico, que se manifiesta ficticio y dañino cuando se apoya en los «prodigios» de las finanzas para sostener un crecimiento antinatural y consumista. Ante esta pretensión prometeica, hemos de fortalecer el aprecio por una libertad no arbitraria, sino verdaderamente humanizada por el reconocimiento del bien que la precede. Para alcanzar este objetivo, es necesario que el hombre entre en sí mismo para descubrir las normas fundamentales de la ley moral natural que Dios ha inscrito en su corazón.” (CV, 68)
El Catecismo de la Iglesia Católica lo explica de la siguiente manera:
“Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas.” (CEC, 1783)
“La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón.” (CEC, 1784)
“En la formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en práctica. Es necesario también examinar nuestra conciencia en relación con la Cruz del Señor. Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada de la Iglesia (cfr. DH 14).” (CEC, 1785)
BIBLIOGRAFÍA
C San Josemaría Escrivá. Camino. Rialp. Madrid 1996
CEC Catecismo de la Iglesia Católica.
DH Concilio Vaticano II. Declaración Dignitatis humanae. Roma 1966
CV Benedicto XVI. Encíclica Caritas in veritate. Roma, 29.VI.2009