Un amor eterno en el mundo de Bartolomé Llorens

En el libro “Secreta fuente” de la colección Adonais (1948) se reúnen poemas de Bartolomé Llorens, un hombre que murió joven después de haber captado en el mundo el amor y la eternidad.

Tanto en sus “Poemas amorosos” como en sus “Sonetos del destino” se detiene en lo humano del amor y en la angustia de lo terreno, que no son sino una preparación para el proceso de elevación por el que llega, en su “Canción del agua viva”, a una fuente que mana verdadero amor y la auténtica libertad.

El mencionado libro lo prologa su amigo Carlos Bousoño, que advierte: “Llevando a su extremo dos posiciones poéticas que la realidad suele ofrecernos entremezcladas, y presentando dos ideales tipos puros, diríamos que existe el poeta que canta el mundo, el universo, trasladando su diario afán a zonas intemporales, sin geografía ni biografía aparente; y que hay otro que nos cuenta ese mismo afán de su vida, sus pequeñas o grandes cosas, de un modo directo, sin apenas otra transformación que la necesaria para vestir de belleza el sentimiento desnudo”.

Son así sus iniciales “Poemas amorosos”: canción de amor en la presencia de las estrellas de la noche o la brisa que realza la pasión del amor, ese que se hace presente en la adolescente e incluso en la muchacha fea a la que es incapaz de dar verdadero amor. De ahí que Carlos Bousoño diga: “Poemas amorosos tenemos de Bartolomé Llorens, en los que el dolor nace al contemplar la pureza de la amada en contraposición a la impureza del amante”.

Ese amor surge desde el mundo y la persona que tiene alrededor. Los “Sonetos del destino” describen el asombro por la tierra a la que se aferra la vida y nos hace gritar o ser conscientes de nuestra soledad si sólo nos aferramos a lo material o e incomprensible.

Hay una inflexión poética al comenzar los “Sonetos de amor divino” en los que alza los ojos ya con una mirada trascendente que aprende a contemplar al Señor presente en el mundo y en él.

Llega a la cumbre poética en su “Canción del agua viva”, un poema de elevada mística porque al final de su vida Bartolomé Llorens alcanza cimas de gozosa serenidad que explica Bousoño: “Y es que la humana angustia del hombre ‘nacido para la muerte’ ha sido vencida ya. Ahora el poeta se ve inmortal: el corazón desgarrado descansa y la esperanza brilla”.

José Luis Font Nogués