El arte de los belenes

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Jesús, el dulce, viene…
Las noches huelen a romero…
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!

Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría…
Mas la celeste melodía
suena fuera…
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma…

¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!

El poema de Juan Ramón Jiménez nos introduce en el ayer y el hoy de un belén, en el siempre eterno Belén. Al hacer el belén recreamos la naturaleza, la geografía, la escena a nuestro antojo, como nos dice la propia invención. Y esa recreación es un sugerente signo intuitivo de las disposiciones internas con las que aceptamos el nacimiento de un salvador para los hombres. El silencio de la nieve, también representada habitualmente en los belenes, nos adentra en esa serenidad de los copos que caen silenciosamente en Belén y nos invita a que -como dice Juan Ramón Jiménez- el Señor del cielo nazca en nuestra alma también en un silencio lleno de intimidad personal.