José Luis Font Nogués
Se van viendo y oyendo muchos lemas institucionales públicos y privados que inciden todos en una idea: sin educación no hay felicidad. De entre todos los lemas, se ven distintas perspectivas de supuesta educación: previsión de enfermedades, buena higiene, control de emociones, buenos hábitos alimenticios, vida sana en el ámbito de la pandemia del coronavirus Covid-19 y sus mutaciones, logro de una vida relajada, habilidad para lograr la persona eficaz, entrenamiento para el liderazgo y muchos más aspectos aceptables, buenos e ideales.
A la vista de esas perspectivas surge la pregunta si todas ellas tienen buenos enfoques para lo que en realidad se pretende, que es el logro de la excelencia personal que haga posible la autentica felicidad.
Desde el momento del nacimiento -quizá antes para las madres- se da un entendimiento entre los padres y sus hijos; la primera tarea propia de ese “entenderse” es saber quién es el hijo, una persona libre e inteligente a quien hay que atender en todas sus necesidades y proyectos, siempre adaptados a su edad. De entre todas las alternativas existentes -ordenar, indicar, prohibir, hacerle un icono repetición de los padres, regalar, premiar, sancionar, aconsejar, darle libertad descontrolada, y mil posibilidades más- siempre será aconsejable las que conjugan la libertad y la confianza en el hijo, siempre en un marco de verdadero amor y respeto.
En el interior del hijo hay siempre una potencialidad que le hace capaz de crecimiento y acción, lo que repercutirá en la familia y en la sociedad. Tarea de los padres será ir viendo esa potencia que guarda el hijo y que paulatinamente deberá desarrollar adecuadamente. Esa tarea será la de explicitar y reforzar sus capacidades para que el hijo las vaya poniendo en práctica libremente y con autonomía. El resultado puede sorprender a los padres y a toda la familia porque verán que ese hijo es creativo y, en el marco de libertad, sus capacidades se ven consolidadas positivamente creando una serie de concatenaciones que deslumbrarán de manera insospechada.
Esa actitud de los padres y, en general, de todos los educadores, no solo se apoyan en las creencias o modos de vida que ellos tengan y que deseen trasplantar a quien se trata de educar para que sea un clon o doble de ellos -sería un gran error-, sino que se apoyará en la actitud positiva de la persona que educan y eso con una gran confianza y esperanza en su desarrollo personal y en el modo creativo que tenga la persona a quien se educa.
Al paso del tiempo, este planteamiento educativo, sorprenderá gratamente a los educadores porque comprobarán que los resultados han superado a los objetivos e ilusiones que inicialmente pusieron en el hijo que desde el inicio fue creciendo, sintiéndose querido, respetado, libre, alabado y por eso ha desarrollado confortablemente su vida. Ese hijo será feliz, un bien para toda la sociedad.