Las expectativas de la belleza

José Luis Font Nogués

Habitualmente nos hemos quedados admirados o extasiados ante lo que siempre se han llamado “obras de arte”. Al mirarlas se dice, casi sin pensarlo, que es bello, admirable o magnífico. Al mismo tiempo, todos los admiradores y estudiosos del arte tienen claro que esa estructura conseguida por el dibujo, la pintura o la escultura no tienen utilidad ninguna salvo la decorativa o la expresión de una visión personal, a no ser que se haga pública otra intencionalidad, como son los casos del David de Miguel Ángel Buonaroti cuando se le atribuye ser expresión de la fuerza de la república de Florencia o geometrías coloreadas y simbólicas del tipo Kandinsky; pero otras veces es más difícil darles utilidad, como las masas de color de Mark Rotko que, sin formas, no implican representaciones sino estados interiores o simplemente la belleza del color .

Nos preguntamos por las intenciones que lleva a esos artistas famosos –desde Altamira hasta el siglo XXI- a elaborar sus obras de arte en los diferentes estilos. Normalmente no tratan de reproducir exactamente un modelo de la naturaleza física o humano –cosa más propia de la fotografía-, sino que buscan una manifestación para ofrecerla al mundo y eso lo logran a través de lo que el mundo entiende que es una obra agradable, armoniosa, lograda o bella, ya sea un dios griego, un emperador romano, una familia real que pinta Goya o los campos de color pintados por Barnet Newman separados por finas “cremalleras” de otro color.

Llama la atención que en los últimos tiempos hay un empeño en dar el título de arte a denuncias de lo decepcionante o a manifestaciones de la fealdad. Y es porque personas que hoy tienen en sus manos los instrumentos –pincel, gubia u otros más modernos- para elaborar expresiones que siempre han sido llamadas “artísticas”, parece que buscan manifestar lo desagradable o reducir los horizontes de asombro de muchos siglos anteriores a constatación de desaciertos humanos o compenetración con la sola materia.

Estas tendencias ¿son arte y belleza? Parece que siempre se entendió que el logro del artista era hacer más accesible, comprensible y conmovedor el mundo del espíritu, de aquello que es invisible o difícil de explicar, del infinito universo o de la divinidad. El término “accesibilidad” es importante para el lenguaje del arte. Y resulta que el inmenso e inalcanzable universo que habitamos es un lugar maravilloso en el que encontramos grandes tesoros que admirar y tratar de comprender. Por eso es bella la puesta de sol o el fondo oceánico, lo mismo que la intimidad de la conciencia, que es mucho más difícil de comprender.

La accesibilidad nunca hará totalmente comprensible el misterio, pero lo manifestará. Y, porque no logramos descifrar el misterio grandioso y magnífico, las personas necesitamos de la belleza y no de los deterioros ni de los fracasos. Este mundo necesita belleza. La belleza, como la verdad, es lo que infunde alegría en el corazón de los hombres, es la muestra maravillosa que nos agrada permanentemente, que resiste los horrores, los desperfectos o la degradación, lo que une a las personas y a las generaciones en ideales comunes y permanentes, dignos de admiración.

Es cierto que la vida cotidiana nos hace palpar acontecimientos y situaciones negativas: a veces se palpa la agresividad o la desesperación, el odio o la envidia, la explotación de los recursos de la tierra, se advierte el peligro de entristecer el rostro de los hombres, y eso se hace en perjuicio del cultivo de la belleza y la contemplación de las maravillas de la naturaleza.

La solución no es profundizar en la dolorosa llaga, no es hundir al hombre más de lo que pueda estar debido a sus deficiencias, sino que el hombre sueñe con una vida conforme a su alto destino, o sea, con la belleza, porque lo bello es lo que no es efímero ni superficial, no es lo accesorio o secundario, lo que no da la felicidad, lo que es desechable, sino lo que le lleva al bien y a la verdad, lo que le eleva y le magnifica.

La belleza es aquella sacudida que hace al hombre salir de sí mismo y lo despierta. Esa sacudida no es material, pero es necesaria; aún más, se puede vivir sin lo material, pero no sin belleza porque ésta conmueve, mueve al hombre hacia su último y alto destino, mientras que el feísmo reduce la persona a lo ruin y, por tanto, la envilece y la empequeñece.

La belleza lleva al bien en la verdad, por ello se ve necesario buscar y hacer belleza fundamentándose en lo que es verdadero, armonioso, sin favorecer –teórica ni prácticamente- relativismos; esto lleva a tener convicciones que hacen posible que el espíritu se lance a hacer el bien, no de una manera convencional sino en el amor a la verdad, siguiendo lo que se oye en la intimidad de la conciencia que crece y es creativa de tal manera que la persona se hace así más persona.