Cuatro principios educativos

José Luis Font Nogués

Los focos educativos son como las piedras preciosas engarzadas en el oro de la humanidad. Así, educar es tarea de orfebrería fina apasionante y absorbente que, inevitablemente, se desborda de la inteligencia, de la voluntad y de la creatividad del educador.

Es grato comprobar que el buen metal humano se deja trabajar con docilidad en busca de una obra de arte intensamente querida: el estilo personal de cada alumno, de sus padres, de sus madres y de cada profesor, que desean hacer vida un proyecto educativo.

Ser educado es cuestión pedida, deseada, permitida por toda persona que –aunque no lo supiera- quiere alcanzar la plenitud de su ser y confía en alguien que le pueda ayudar.

El respeto a la persona es un primer principio de vida indispensable. Confiamos en que cada persona se pueda valer por sí misma después de observar buenos modelos, de contactar con lo bueno, de hacer lo bueno, ¡de ser bueno!

Este respeto personal es universal en el tiempo, en el espacio y en toda época de la vida de cada persona, desde el instante de la concepción hasta el agotamiento natural de su vida. En medio de ese proceso la persona también merece respeto cuando tenga ideas y actuaciones acertadas o desacertadas, que en cualquier caso hay que ayudar.

Como segundo principio, el amor a lo bueno –lo único que por naturaleza se puede querer- hará que nos desvivamos por hacer presente el bien en cada expresión personal. Cada persona valiosa en sí misma y digna de admiración. Los errores e incapacidades hay que ayudar a solucionarlos. Si el educando desea, el bien siempre aflora y reluce.

La espera, el detenimiento, la contemplación, es un tercer principio a tener en cuenta, y es propio del amor. Es el enamorado quien espera el encuentro con la persona amada. El educador mira a su alumno y –suspendido el tiempo- ve plasmada la hermosura de todos los bienes dejados caer en él, cada uno en el momento oportuno: la apertura a las capacidades, la consolidación de hábitos y valores, más la puesta en marcha de toda esa riqueza plasmada en un estilo personal de vida. El educador detuvo el tiempo para que su educado fuera saboreando cada observación que le interesó, observación hecha a la medida de lo bueno.

En cuarto lugar, el impulso o estímulo es el principio de lo vital. El vivir hay que orientarlo; el buscar el bien hay que estimularlo. Loco debe ser el que no tiende al bien, el que no lo busca, el que no ama lo bueno con pasión. La pereza es ceguedad ante el bien, es parada irresponsable ante el movimiento inevitable hacia el bien.

Por tanto, el respeto a la persona, la contemplación de lo bueno de cada ser, la espera a que cada persona haga lo bueno, la contemplación ante la riqueza que manifiesta el bien material o espiritual, el estímulo para hacer el bien, el impulso para incorporar valores, son principios para tener siempre en cuenta y consolidar en los protagonistas de proyectos educativos  mirando a que reine la civilización del amor: amor al Bien, a la Vida, a la Persona, al trabajo bien hecho, a la dignidad humana.