Educar personas serenas

José Luis Font Nogués

No presenta tal título los consejos para que una persona esté tranquila o que no sea nerviosa. La serenidad interior no es idéntica a las cuestiones de carácter o de condiciones corporales.

Cada persona se encuentra ante un mundo cambiante que hereda una historia y un mundo que hace cada instante con la actuación propia y de los demás. No encuentra, pues, cada uno un mundo ideal en el que soñó siempre para poder vivir; más bien encuentra un mundo en estado de elaboración al que ha de dar respuesta.

¿Cuál será la mejor respuesta que cada persona pueda dar al mundo en que vive y en la zona que esté a su alcance? Responder a esta pregunta lleva consigo conocer la historia y la herencia que ha recibido, a nivel familiar y social. Una vez asumida esa historia, ha de percatarse de los acontecimientos que le envuelven. A partir de ahí puede plantearse cada uno la forma en que debe actuar. Es en ese entorno donde cada uno debe vivir gustosamente consigo mismo, con su trabajo bien elaborado y con las personas que le rodean.

El entorno será capaz de mostrarnos su belleza y saber captarla nos dará alegría y paz. La herencia recibida estará llena de buenos acontecimientos que nos hayan aportado riquezas –no sólo de patrimonio, que alguna habrá-, sobre todo de aquellas que ennoblecen nuestro marco familiar; quizá haya constancia de realidades de esa herencia que podamos calificar de lamentables, pero la actitud de queja ante ellos no soluciona nada porque nada del pasado podemos cambiar ya. Nos queda la realidad que vemos cada día y en ella sí podemos actuar para mejorarla, tanto como una realidad personal como una realidad de la que participan los demás.

Acogida la realidad queda por pensar en los modos de actuar. Es ingrato el modo agrio, desagradable, de desconfianza, de sospecha, de imposiciones, etc. Es obvio, y no hay que demostrarlo, que las buenas actuaciones van de la mano del respeto a las personas, del respeto a la libertad de cada persona, de la valoración personal de la dignidad de todos. La actuación diaria más adecuada está llena de iniciativas positivas que colaboren en el logro de soluciones buenas para todos.

Y queda reflexionar sobre lo que llamamos bueno. Lo bueno no es lo que gusta en un momento, lo que aporta satisfacción o salud, etc. Quizá sea tan difícil definir lo bueno como difícil es definir el ser humano mismo. Para ver qué es lo bueno en cada momento hay que atender en ese instante a quién es la persona y dónde está su dignidad –esa heredada y esa elaborada a lo largo de los años de vida- para determinar la actuación que mejor convenga en ese momento de su historia, sabiendo además que, aunque ni siquiera lo piense, será su modo de hacer una pequeña aportación a los que viven en ese instante y a los que serán sus herederos.

La serenidad o la serena aceptación de la realidad será, pues, “la condición para que el hombre pueda vivir amistosamente con sus semejantes y consigo mismo; la condición, por tanto, de una vida feliz, y la condición para que el sentido subjetivo de la vida no sea desmentido por la realidad” (Robert Spaemann)