Educar solidaria a la persona

Antes de entrar en temas educativos, pensemos en esas reacciones humanas al oír noticias de grandes catástrofes lejanas, el movimiento humano más inmediato es el de apenarse o encoger el corazón por el dolor de otros seres que están sufriendo.

Pero hay otras miserias que no suceden por catástrofes ni son muy lejanas, sino que son ordinarias, de cada día, y cercanas. Y éstas son las que mejor nos pueden facilitar la asidua solidaridad y, por tanto, la virtud que debemos llevar a cabo y en las que debemos tener en cuenta en la tarea educativa. Así, veremos al otro hombre a quien consolar, ayudar o compadecerse, en nuestra propia familia, en el colegio, en el trabajo, en nuestro vecindario, en nuestra ciudad o en nuestro país. Todas las personas nos interesan para hacerles el bien, porque son hombres, porque son nuestros iguales, porque son semejantes a mí. ¿Se educa para ser solidario?

Educar para ser solidarios es conducir al hijo o al alumno para que sepa dar una respuesta a los problemas de los demás. Y educar para que esa respuesta sea positiva (ni queja, ni crítica ni denuncia), que aporte una solución y que sea generosa, proporcionada a sus posibilidades. En definitiva, ser solidario es captar la belleza y la verdad de cada persona –sea quien sea–, cualquiera que sea su necesidad, sufrimiento o pobreza, pretendiendo proporcionarle algo de lo propio con toda generosidad y sin pedir nada a cambio. Sujetos a nuestro egoísmo, todos tenemos que educarnos para ser solidarios. A los pequeños, a los jóvenes, hay que educarlos para que puedan ser felices siendo solidarios.

Esta acción educativa no es emotividad sino que necesita fundamentarla en el ser personal. ¿Qué relación tiene cada persona con los demás? Si constatamos que no puede vivir una persona aislada podemos concluir que le hacen falta los otros con un modo egoísta. Pero el egoísmo encierra a la persona en sí misma y no le hace feliz. También se constata que la expansión, la comunicación, el tender hacia otros hace más alegre y feliz a la persona. Así, vemos como deseables la relación con los padres, la amistad, el amor, la relación con los hijos y, por extensión, las buenas relaciones con la comunidad de personas más cercanas; más genéricamente aún, a cada uno le alegran los buenos acontecimientos que puedan suceder en el lugar opuesto del planeta.

La persona está inclinada especialmente hacia la relación, en una categoría muy superior a los animales más sociables. Pero, más aún, la persona “está tan relacionada con los demás que la solidaridad es necesaria para alcanzar su plenitud” (HM, p 3). La persona no puede vivir sin los otros, sin sus penas ni sin sus alegrías. En líneas anteriores se hablaba de la capacidad de condolencia y eso es lógico porque entra en los componentes esenciales de la persona. Y, ¿por qué se conduele o duele con otra persona?, ¿acaso le interesa lo de los demás?, ¿es que ve reflejado en sí mismo lo que acontece a los demás?

Si se alegrara o entristeciera de lo que sucede a otros por envidia o por miedo, eso no es nada que defina a la persona porque son capacidades negativas que muestran carencias. Estará la preocupación o interés por los demás en que el propio ser personal es tendente a la donación: dar la vida, dar amistad, dar amor, dar cosas materiales, etc. y sin nada a cambio muchas veces.

Si partimos de lo más material, dar cosas físicas o materiales a los demás no tiene sentido, porque el donante se queda sin lo que ha dado, luego debe haber una razón superior que le haga donar. Quizá entienda, sin necesidad de explicaciones, el sentido tan importante que tiene para él la donación porque él mismo ha sido donado, de hecho no tiene nada porque ha recibido de otros la vida por la que él es. Tenemos aquí un importante elemento del llamado aprendizaje significativo: la persona –desde niño- está acostumbrada a ir elaborando conceptos, en concreto conceptos de donación, porque ella ha sido donada y todo cuanto tiene –vida, leche materna, abrigo contra el frío, velo contra mosquitos, consuelo en el hambre o en el llanto- es gratuito porque lo ha conseguido sin nada a cambio.

A lo largo del tiempo sobre la tierra, esa persona pequeña va dándose cuenta de que trae más satisfacción el dar que el recibir. Una persona no viciada en egoísmos y terquedades es capaz de entender este asunto y se muestra agradecida cada vez que recibe un don sin merecerlo. Por tanto, adquiere también esa costumbre de dar sin pensarlo y tenderá a hacerlo porque lo cataloga, aún sin proponérselo, en las categorías normales de la persona, hacer así es lo propio de la humanidad. En este punto reside algo clave para la educación: si el niño es capaz de darse cuenta de los dones recibidos y de la honradez de su agradecimiento, los padres se han de esforzar en amar bien, no por vehemencia ni imposición de criterios, sino por amor de entrega o de amistad que comunica lo mejor a la otra persona para participar ambos de ese don.

Al hablar de educación preventiva o de educación positiva no lo debemos entender como simples métodos educativos para lograr una persona ideal, apta para colorear o exponer, sino que es lógico del amor anticiparse, no como previsisón negativa llena de miedos, sino como donación cuanto antes para comunicar ese algo muy positivo que es el ser personal.

Es necesario, pues, recorrer un camino interior hacia la solidaridad. Educar a los hijos es formarles para la solidaridad y que cada uno de ellos pueda hacer práctico en su vida ese hábito adquirido dentro de la familia para hacer causa común con los demás en todo lo que necesiten. Así no se harán egoístas sino que comenzarán a dar no solo de lo que tienen sino, sobre todo, a sí mismos. Precisamente, la felicidad que toda persona desea se alcanza al no estar atrapado por ansiedades prefabricadas por el orgullo o egoísmo personal, siendo auténticamente libres porque se sabe qué es el hombre y se cree en él. Por tanto, no entendemos por solidaridad una acción de condolencia puramente externa a favor de otra persona, sino la adhesión o unión a la causa de otra persona en su mismo ser y, en consecuencia, en todo problema que le afecte.

En consecuencia, para educar en la solidaridad, es importante ayudar a que el hijo o el alumno se conozca. El conocimiento interior es también vivir en la verdad, es no engañarse, ser realista, tener el sentido común de no pedirse a sí mismo lo que no se puede conseguir o saber las personales capacidades y limitaciones.