Lugares educativos para la percepción de la persona

José Luis Font Nogués

La actitud de padres y profesores ante la tarea educativa puede tener distintos enfoques. Nos centramos en el marco de aquellas personas que le dan prioridad, con una dedicación importante, y están dispuestos a no escatimar esfuerzos para llevarla a cabo.

Situados en este marco, podemos captar que hay diferentes formas de afrontar este trabajo: con exceso de confianza en que todo saldrá adelante, con vehemencia por que todo lo que se refiere a la educación del hijo o alumno salga lo mejor posible, con un aire impositivo, con un aire de amistad, con un aire normativo o con un aire de cariño -que a su vez puede ser exigente o no-, con auténtica libertad, con autoritarismo o con liberalidad; y muchas más variaciones podemos encontrar sobre la misma buena intención de educar.

Entre los casos positivos o más acertados, la preocupación de muchos padres o profesores puede destacarse tanto que llegara a ponerse idílicamente como una superestructura, como una carpa que se desea perfecta, pero que no alberga nada en su interior, incluso pudiera olvidarse de lo que en esos años de niñez y adolescencia debe tener centrados: la enseñanza de los buenos hábitos y de los saberes humanos. Ello nos lleva a pensar en la conocida controversia entre instrucción o educación y no debemos olvidar a ninguna de las dos ni a su complementariedad.

Ignoro la medicina, pero creo recordar que en cierta ocasión oí a un médico que hasta que no tenía un hígado entre sus manos no sabía si era bueno para el trasplante. Podríamos centrar la cuestión que tratamos en unos términos análogos porque la tarea educativa no es una cuestión abstracta, genérica o separada de la realidad. Desde el nacimiento, o desde antes, se puede educar con acciones exclusivas de los padres; poco después se va requiriendo progresivamente la conformidad y acuerdo del hijo. Por ejemplo, el niño pequeño no ordenará sus juguetes si no se le ha explicado o entusiasmado para que lo haga encontrándolo eso como un juego, que si lo hace por órdenes o imposiciones pronto será un gran desordenado. Vemos, pues, varias estrategias, que en este ejemplo no son tales sino que deben aparecer en el orden de la paternidad: cariño, conocimiento –nunca mejor que el de una madre hacia su hijo- alegría, humor, admiración, respeto –a esa corta edad- e intuición de que jugar a ordenar algo lo va a entender el niño y va a tener buenas consecuencias. Si queremos poner títulos un poco más técnicos a este proceso podemos hablar de educación temprana, de educación positiva o de motivación. Se está educando con motivo del conflicto de unos juguetes desordenados y se pretende que el niño sea el que ordene. Hay una materia que suscita la educación: el orden de los juguetes. Hay una motivación que el niño entiende: el juego. Hay una acción educativa: el niño ha de mejorar para pasar de una situación de dejar cosas en cualquier lugar a poner cada juguete en el sitio asignado y que así –aunque aún no lo sepa- la casa esté más confortable para todos sus habitantes, con lo que ha salido un valor educativo añadido: preocuparse por los demás, el niño está aprendiendo con esto a ser generoso con los demás.

Sea válido este ejemplo para hacer ver que la tarea educativa no es algo abstracto o genérico, sino que tiene sus fundamentos en realidades concretas. Atendiendo a esta idea, el niño se da cuenta de cómo se ordena, de cómo hay cosas ordenadas en la casa o cómo sus padres a veces ordenan cosas. El niño no sabe el concepto de ordenar, quizá no sepa qué significa esa palabra, pero hay una idea en su interior que le hace capaz de coger los juguetes y colocarlos en un sitio y de determinada manera, es decir, se da en él el llamado aprendizaje significativo, por el que de unos conocimientos puede llegar con gran facilidad a otros un poco más elevados.

Si acompañamos a este niño que crece observaremos sus reacciones, su carácter, sus aptitudes y sus actitudes, que muchas serán por imitación del ejemplo que le dan sus padres y hermanos. Pero el educando no ve las generalidades, sino las cosas concretas: su cama sin hacer, las trenzas de su hermana que son muy aptas para tirar de ellas y que rabie, la sintaxis gramatical que no llega a dominar, el apasionamiento por el fútbol, lo divertido que es el poner mensajes a sus amigos, etc. Esos son los campos para arar, sembrar, recolectar y volver a poner en barcbecho para que de nuevo se enriquezca. Siguiendo la comparación podemos decir que sólo al arar se educará.

¿Se puede pensar que la tarea educativa es como esa carpa que se pretende bella y perfecta y que no alberga nada en su interior? ¿Se puede pretender una tarea educativa importante sólo en sí misma y que estuviera por encima de la enseñanza de los saberes humanos o de los distintos valores y hábitos que el niño o adolescente ha de adquirir en los campos familiares, escolares, sociales, solidarios, deportivos, de descanso, etc.

Volvemos la mirada al educador y a su tarea. Esta persona, con paternidad propia –padre y madre- o transferida –maestro, profesor u orientador-, primero ha de ser educado, es decir, ha de ver la altura, profundidad y horizontes de las cuestiones para después saber hacer propuestas que guíen al educando y él lo acepte y lo haga libremente. Por eso sabrá estar al tanto de diversas situaciones sobre el educando como las siguientes:

a) procurar que al jugar al fútbol aprenda a ser respetuoso con el contrario, no insultar, pasar el balón con generosidad, etc., para que gane unas virtudes que en abstracto ni comprendería ni las conseguiría,

b) favorecer que al estudiar, guarde un horario, sea fuerte y constante, sea tenaz para aprender, termine las tareas, investigue los métodos o técnicas de trabajo que mejor le vayan, etc.; así aprenderá virtudes relacionadas con el trabajo que, posteriormente, por su ser único en persona, sabrá aplicarlas para otros menesteres.

c) cuidar que el comer en familia será un campo donde aprenda virtudes de buenas maneras, conversación, delicadeza humana, sobriedad, evitando la queja por lo que no gusta o el apasionamiento por lo que le satisface, etc.

d) velar porque el uso del móvil le ayude a educarse en la discreción, no hacer cosas inútiles, no perder tiempo, ser delicado en las palabras y expresiones que utiliza, etc., cosa que no prendería tampoco en abstracto.

Quieren demostrar estos pocos ejemplos que la percepción de la persona (cfr.  «Importancia de la percepción de la persona en la tarea educativa», https://albayalde.wordpress.com) se va dando con ocasión de actos concretos que se dan en la vida del educando. Tarea de los padres es no llegar después sino antes que se produzcan y que los hijos o alumnos ya tengan en sus manos las herramientas adecuadas para resolver las situaciones y que lo hagan ellos en un buen uso de su libertad.

La educación preventiva lleva a que los educadores se adelanten a los acontecimientos, sepan prever el uso de las cosas o las respuestas que dará un determinado carácter que tenga el educando, así, la previsión será distinta para un colérico que para un flemático; al colérico habrá que calmarle de antemano mientras que al flemático habrá que entusiasmarle con las cosas.

La percepción de la persona que hace el educador debe ser anterior a las acciones del educando, es la previsión; la hace muy especialmente durante la ejecución y actuación del educando, mientras ve las caras que pone, las maneras de hacer, las satisfacciones, los tropiezos, los sufrimientos, su sacrificio, su satisfacción o sensación de fracaso, los disimulos, las perfecciones y las chapuzas, las superaciones o los abandonos. También, después, cuando en los momentos posteriores se alegra, está entusiasmado o está de mal humor, etc. Y esta observación es la empatía.

Pero, ¿qué supone el trabajo para el educando que es hijo y alumno? El trabajo de cada día, que para el niño o adolescente suele ser su estudio, es el mejor armazón en que se va cimentando la persona. A través del curriculo escolar, que a su vez debe contener estrategias de trabajo bajo los diferentes títulos que se les quiera dar, ese alumno va adquiriendo unos conocimientos por los que va formando su inteligencia y adopta unas valoraciones que le llevan a actuar de determinada manera.

Las distintas materias, áreas o asignaturas concretas no tienen un fin en sí mismas, sino que son como unos afluentes del gran río de la vida de cada alumno. Unas aguas pasarán de largo –sea el caso de la biología para uno que será abogado-, otras se acumularán –como el caso de la física para el que quiera ser ingeniero-, otras harán reflexionar –como el caso de la filosofía para todo el mundo-, pero todos los conocimientos que se van adquiriendo son la buena agua que van a facilitar –como el riego que consiguen las acequias- que cada persona vaya pensando con corrección intelectual en busca de la verdad y luego opte por actitudes concretas en coherencia con lo que ha visto oportuno sean las directrices de su vida. Y habrá frutos, una cosecha abundante.

Por tanto, la enseñanza forma parte del quehacer del profesor, así como también forma parte del quehacer del alumno. Aún más, es muy difícil crecer en educación quedándose muy atrás en ese aprendizaje, y es muy difícil para el educando aceptar la necesidad de
progresar en esa educación que se le muestra cuando ve frustrados sus esfuerzos en la tarea de aprendizaje. De ahí que sea tanto mejor educador quien logra que el educando supere todas sus dificultades y, mucho más, si lo hace por sí mismo.

La autonomía del hijo y alumno es otra consideración de gran interés. Lo mejor que se puede hacer por ellos es que sean ellos mismos los que piensan, llegan a conclusiones, busquen métodos y pongan en ejercicio sus capacidades. Es lógico que antes haya que instruirlos en cierta proporción para hacer ver algunos conceptos o algunos caminos a seguir, pero luego lo más útil para ellos es el trabajo personal.

Contra esta autonomía se da el peor enemigo al que hay que vencer cuanto antes: la pereza física y mental. Con juego, en edades cortas, o con propuestas en edades más altas, se ha de conseguir que el niño y adolescente tenga una dinámica de diligencia y actividad para cada momento y quehacer de su vida. Y si esto no se consigue en los primeros años el árbol crece torcidamente.

Como complemento de todo lo anterior habría que pensar en algunos errores de enfoque, de léxico y de ayuda que pueden tener muchas veces padres, educadores y educandos.

Errores de enfoque son aquellos de quienes pretenden idealismos para sus hijos, el caso de los alumnos que sólo quieren la eficacia de sus calificaciones pues ellos se consideran listos o al menos hábiles, el caso de los alumnos que se sienten frustrados -lo muestren al exterior o no- porque sus calificaciones siempre son malas. Todos esos supuestos son en sí mismos negativos e incorrectos. Los ideales hay que plantearlos a pie de obra o en la mesa de trabajo; así, las felicitaciones, las virtudes, los éxitos y fracasos se orientan bien, no se puede educar en abstracto, no se educa sobre nubes, sino sobre la realidad de cada día.

Como ejemplos de errores de léxico podemos señalar que buenas notas no significa buen estudio ni crecimiento personal, malas notas no significa fracaso, el esfuerzo no es absurdo sino que es formativo, gastar tiempo en hacer tareas necesarias para el estudio –leer, subrayar, buscar bibliografía, hacer esquema, preguntar, etc. – no es absurdo porque se pierde mucho tiempo, premiar con cosas costosas en dinero lo que se debe hacer por obligación no es un buen método, lo mismo que no es buen método regañar y castigar por las cosas que no salen bien; el “te quiero mucho” no es ni regalar, ni comprar, ni regañar ni castigar; cumplir el deber no es angustioso ni pesado, sino satisfactorio; el estudio no es penoso sino algo bello.

Y en cuanto a las ayudas que se pueden ofrecer al educando, el hijo o el alumno no va aprender mucho por oír mucho. Por eso la típica reiteración de los padres molesta a los hijos y les hace ponerse en contra de los que se les dice. Mientras no se les ayude a poner en práctica lo que se pretende no se conseguirá nada. Pero si se trata de ayudarles haciéndole lo que ellos deben hacer, o sea, sustituyéndoles, ellos no toman parte en el proceso y su persona queda pasiva, por lo que no se les ayuda. Es mucho más interesante buscar que el niño, el adolescente, sea autónomo en el trabajo… y ¿cómo va a serlo si no puede? Pues el secreto está en ver la manera de darle las herramientas y las instrucciones para que las use, aunque parezca que eso es improductivo, es lo único que hará que salga a flote, salvo casos de tratamientos especiales. Lo mismo se puede decir de las acciones de los profesores.

Conclusión:

No se puede educar en abstracto. Se educa en el juego, en la familia, en el aula, en el aprendizaje, en el deporte, en la diversión, en la relación social. Y esto es por el mismo concepto de educación que, por su etimología nos habla de mejorar a una persona, conducirle a una situación mejor y eso no se hace con un objeto de un expositor, sino con la vida, los acontecimientos, los aciertos y los errores de aquella persona que ama y, por eso, se le quiere ayudar a mejorar.